Pocos días antes de su destape, le pregunté a José Antonio Meade si, en caso de que fuera candidato del PRI y ganara la elección, podría encontrar suficientes priistas honestos como para formar su gabinete. Se molestó. Dijo que desde luego podría conformar un equipo honesto y que era momento de cuidar la dignidad de la alta burocracia y recordó que su padre, Dionisio, era el ejemplo de un servidor público sin mancha.
Días después, como quedó dicho, los destaparon, fue candidato y el día de la elección AMLO le dio una paliza histórica. Incluso Meade quedó por detrás del candidato panista Ricardo Anaya. Sigo pensando que Meade era con mucho el mejor candidato y que su perdición fue abanderar un partido como el PRI, con una reputación pésima. La sensación en julio del 2018 era que el gobierno saliente se había servido con la cuchara grande y que la corrupción sería su legado histórico.
No pillerías pequeñas, nada de eso, sino verdaderos megaoperativos para enriquecer a un puñado de políticos que vio el servicio público como el mejor negocio del mundo. Recordé esa anécdota una vez que leí que Emilio Lozoya fue capturado en un fraccionamiento para ultramillonarios en la Costa del Sol. A Lozoya, que dirigió Pemex, se le acusa de uno y mil delitos para incrementar su patrimonio personal y familiar que ya era muy grande antes de ocupar el cargo. Meade fue canciller, secretario de Desarrollo Social y de Hacienda de ese gobierno. Me pregunto si él estaba al tanto de los negocios de Lozoya y de otros compañeros suyos del gabinete cuyos nombres pronto saldrán en primera plana con una averiguación previa al lado.
Si lo sabía, malo; si no lo sabía, imperdonable. Como sea el hecho es que Meade participó con las reglas del juego y aceptó encabezar a ese mismo grupo en la elección presidencial 2018. Así le fue. La gente, enojada con sobrada razón, votó por un cambio y porque esos señores no se salieran con la suya para tener un retiro de jeques después de haber gobernado un país con la mitad de la población en pobreza. El resultado es que ahora, como se ha dicho en diversos espacios, el PRI, el grupo de Peña, está en manos de la 4T. Andrés Manuel puede hacer con ellos lo que quiera. Dosificará las capturas de acuerdo con, su conveniencia política, si necesita puntos o desviar la atención procederá, si no hay una ventaja clara, lo dejará para después.
El PRI no podrá ser una oposición real en el sexenio 2018-2014 porque está sujeto a la voluntad del gobierno de López Obrador de investigar a los principales integrantes del grupo político de Peña. Claro que competirán y harán como si de verdad quisieran sacar del poder a AMLO, pero en realidad lo que verdaderamente quieren es no hacer olas por lo menos durante la primera mitad del sexenio, después ya verán de qué lado sopla el viento. El PRI está de rodillas porque es una muestra de sumisión para que la 4T no se ensañe con ellos. El caso Lozoya está en su etapa inicial. Si tiene un buen abogado puede alargar las decisiones definitivas varios años.
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