La escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich (1948) buscó durante años una forma de acercarse a la catástrofe de Chernóbil. Me refiero al accidente en una planta nuclear de Ucrania registrado en 1986. La planta llevaba el nombre del prócer soviético Lenin. El régimen soviético colapsaría tres años después. La explosión de Chernóbil, el mayor desastre ambiental de nuestros tiempos, que pudo transformar a Europa en un páramo, fue factor en la disolución de la URSS.
Fue, también, una calamidad humana. Miles de personas que vivían en las cercanías de la planta se toparon de pronto con un enemigo desconocido, invisible, invencible. Un enemigo al que un pueblo habituado a la guerra, como el ruso, no supo cómo combatir. De la noche a la mañana, un adversario sin nombre les arrebató todo, literalmente todo: su tierra, sus cultivos, sus casas, sus animales, su ropa, sus pertenencias y la vida de seres queridos. No los mató, los fue matando, que duele más. ¿Cómo abordar este hecho? El dolor tiene una dimensión estética que hace posible la empatía. Los artistas lo han sabido desde siempre. ¿Cómo aproximarse? No sólo para generar solidaridad sino como una forma de conocimiento. Una vía de acceso a estamentos profundos del espíritu humano. Para comprender mejor y, en algunos casos, para ajustar cuentas.
Svetlana buscó un camino. Eligió el de las voces humanas. En una entrevista reveló cómo construye sus libros. Los recoge de la calle. Los reportea. Se acerca al lugar de los hechos y habla con las personas. Las deja hablar. Recoleta testimonios de primera mano. El conjunto de voces, al hacerse coro, deviene en historia. Una historia contada por protagonistas que no salieron en los noticieros ni en los periódicos. La visión de los vencidos de una derrota sin presagios.
¿Periodismo o literatura? Voces de Chernóbil es un trabajo periodístico o puede ser literatura de no ficción. Por ese libro y otros de formato similar Alexiévich ganó el Premio Nobel de Literatura apenas el año pasado, el 2015. Es la primera vez que el galardón se otorga a una periodista. Un hecho histórico particularmente aleccionador para los profesionales de la información en todo el mundo. Con el premio las fronteras entre periodismo y literatura se diluyeron, justo como lo había presagiado Gabriel García Márquez. Se perfila la consolidación de un género literario de no ficción. Una nota, con este tratamiento, puede rebasar los límites del día siguiente y ser vigente sin plazos fijos. ¿Lo puede? La respuesta no es sencilla. El debate está en marcha. Puede sostenerse que el Nobel de Literatura 2015 consiguió que el periodismo clavara una pica en la literatura.
Svetlana, que sustenta desde hace años un áspero diferendo con Rusia, y antes con los mandos soviéticos, en un personaje a seguir. En pocas semanas se cumplirán 30 años de la catástrofe de Chernóbil y medios de comunicación de todo el mundo se aprestan para cubrir la efemérides. La maestra Wendy Garrido puso en mis manos Voces de Chernóbil. Tuvo la generosidad de compartir conmigo sus reflexiones sobre un texto periodístico que informa con la mirada puesta en la posteridad. Un texto que se ajusta a los hechos, no los inventa, no recurre al auxilio de la imaginación. Cuenta la historia desde el punto de vista de las personas. Una parte de la historia que suele omitirse. Recopila voces que consiguen transmitir las implicaciones de algo a la vez inédito y añejo. En Chernóbil debutó una forma de dolor desconocida. Desde ahí, con la vida cotidiana del alma como fuente informativa, Alexiévich construyó una realidad alterna a la de las versiones oficiales.
El libro arranca con dos testimonios que tienen el mismo título “Una solitaria voz humana” en las que la autora consigue construir breves obras maestras a partir de frases breves, de lenguaje coloquial, que muestran la irrupción de la fatalidad en la vida cotidiana. Primero de una pareja joven, de recién casados, de esos que todavía caminan por la calle agarrados de la mano. Él era bombero y fue uno de los primeros en acudir al llamado de emergencia en la planta de Chernóbil. Ella esperaba su primer hijo. Cuando la radiación hizo su trabajo maligno y su esposo comenzó a agonizar, le dijeron a la chica: Algunas enfermedades no se curan. Debes sentarte a su lado y acariciarle la mano. Ambos murieron. Le dieron una medalla. La última voz es la de la esposa de un liquidador. Ella estaba enamorada hasta los tuétanos y consideraba a su joven esposo el hombre más guapo de la comarca. Terminó su vida convertido en un monstruo. La radiación lo deformó, al grado de que la muchacha se cuidaba de que no se viera en un espejo. No pudo evitar que se viera. Murió solo. Los hombres mueren solos.