En las elecciones del domingo pasado, el PRI perdió casi todo, menos el registro como partido político. Esto fue considerado como un gran logro por su dirigente nacional, Claudia Ruiz Massieu, quien dijo, con honda satisfacción, que contra lo que muchos analistas pensaban, el PRI no perdió el registro en las elecciones para gobernador de Baja California.
La frase refleja con nitidez, más allá de cualquier análisis sesudo, el estado que guarda el partido que hasta el 30 de noviembre del año pasado tenía la Presidencia de la República y las bancadas más grandes en ambas cámaras del Congreso de la Unión. Es obvio que todavía no procesa la catástrofe electoral, entre otras razones porque no hay un ejercicio real de autocrítica, un estudio profundo, con consultas a la gente sobre las causas de la derrota para atenderlas e intentar solucionarlas. Acaso algunos priistas lo han hecho en su fuero interno, pero no de cara a la gente a la que le piensan pedir su voto.
Lo cierto es que para mediados del año pasado ya había permeado en la gente que un muy alto porcentaje de priistas en puestos de responsabilidad, se estaban robando el dinero, ya sea sacándolo de manera directa del presupuesto, o haciendo negocios colosales en las licitaciones de la obra pública. La serie de gobernadores que saquearon a sus estados con total desfachatez, como los Duarte o Roberto Borge, ayudaron a consolidar la sensación de que todos eran iguales y que el Presidente no podía tirar la primera piedra, sobre todo por el antecedente de la Casa Blanca.
La corrupción que se pensaba generalizada no fue el único factor pero sí el primordial. Otro fue la lejanía del gobierno de la gente. Supusieron que gastando dinero en medios estarían cerca del pueblo, pero no, nada de eso. Los operadores en materia de comunicación, soberbios a más no poder, se concretaron a sacar dinero a manos llenas sin importarles realmente la imagen del Presidente o su nivel de aceptación. Corrupción, comunicación deficiente, distancia de la gente y el hecho de que ésta no percibió en su bolsillo los beneficios de las reformas estructurales, se conjugaron para poner al partido contra las cuerdas.
La buena campaña de AMLO, la más larga en la historia del país, hizo el resto. José Antonio Meade era un buen prospecto, pero arrancó demasiado atrás, nadie lo conocía, no transmitía emociones y se le asoció a un partido podrido. Su campaña tuvo además malos reflejos, no supo defender los logros del gobierno de Peña. Una vez consumada la derrota, el partido quedó expuesto como un páramo, sin la sombra de una sola idea, sin una visión de un futuro para atender problemas como la desigualdad y la inseguridad que nos siguen marcando.
Claudia Ruiz Massieu es una mujer inteligente y experimentada y buena para los negocios pero no tiene madera de líder partidista. Sus apariciones en la plaza pública dejan a todos indiferentes. Se ha concretado a nadar de muertito en espera de que el partido pueda elegir un nuevo dirigente, entre el gobernador de Campeche y el exrector de la UNAM. En uno contra otro no habría competencia, José Narro es un humanista y “Alito” un político en formación, pero el campechano cuenta con el respaldo de los gobernadores, que son los priistas con poder de decisión porque tienen dinero. Lo que son las cosas: el núcleo del poder del tricolor va de regreso a la oficina del gobernador del Estado de México, antes con Peña, ahora con Alfredo del Mazo.
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