Ahora resulta que nadie quedó contento con la aprobación en San Lázaro de la Guardia Nacional.
Meses de controversia, jornadas de consulta, largos debates en las comisiones y en el Pleno y todo mundo, sin excepciones, terminó con el ceño fruncido. El propio presidente López Obrador, que uno supondría estaría descorchando botellas de champaña, se presentó en su conferencia mañanera con cara de pocos amigos para decir que no estaba satisfecho con el resultado. O sea, todo mal en un tema en el que el país no tiene margen de error.
La historia de la Guardia está plagada de gazapos. Parte de una incongruencia mayúscula del propio AMLO, que durante años se la pasó renegando de las Fuerzas Armadas, de su presencia en las calles, los acusó de represores. Hay docenas de declaraciones en este sentido. Ofreció que al llegar al poder cambiaría el esquema usado en los últimos doce años, durante los gobiernos de Calderón y Peña, por uno completamente distinto. Muchos de los votos que recibió el primero de julio respondieron a esta oferta de cambio hacia otra manera de abordar el problema.
Sin embargo, cuando vio de cerca al monstruo se asustó, lo que es comprensible, y optó por seguir con la estrategia de Calderón y Peña, pero recargada. Ideó entonces a la nueva corporación formada con policías militares, navales y la Policía Federal, para crear un cuerpo, bajo la dirección de la Sedena y pidió a sus legisladores emprender los cambios constitucionales necesarios. Por años, los mandos castrenses dijeron a quien se los preguntó que su presencia en las calles era transitoria, realizaban un trabajo de contención, mientras la Federación, los estados y los municipios, formaban cuerpos policiacas profesionales, honestos, eficaces. Ese concepto rector, el de la contención transitoria, fue borrado del mapa. El personal militar llegó para quedarse.
Contra las señales que se mandaron el pasado, el Ejército no sólo no salió del escenario, sino que le dieron un papel protagónico por tiempo indefinido. Personajes y organismos de la sociedad civil que durante años han demandado el regreso de soldados y marinos a sus cuarteles, argumentando la elevadísima letalidad de sus operaciones, se sintieron traicionados, pues la mayoría de ellos hizo campaña a favor de AMLO. Lo cierto es que el Presidente asumió la realidad y actuó en consecuencia. La situación en materia de seguridad es de apremio. Regresar a soldados y marinos a los cuarteles no era posible, llevar a la Constitución su presencia en las calles fue un exceso que ni siquiera los más fanáticos seguidores del tabasqueño imaginaron.
Lo sensato, que casi nunca tiene cabida en el quehacer político, hubiera sido relanzar a la Policía Federal y normar con una ley especial la estadía del personal militar fuera de sus cuarteles. No se hizo así. AMLO atacó una y otra vez a la PF que ahora será uno de los brazos de la Guardia Nacional. El Ejército y la Marina son instituciones claves para la continuidad del proyecto democrático de la nación. Hay que usarlas sin abusar y sin poner en riesgo su prestigio y reputación.
Mención aparte merece el hecho de que el PRI haya dado sus votos en San Lázaro para que Morena alcanzara la mayoría calificada para emprender cambios constitucionales. Muy curioso. Se confirma el adagio de que el PRI se desdobla a Morena porque reconoce en el partido de AMLO su propia esencia de los tiempos del partido mayoritario, casi único, que dominó el siglo pasado y que tanta nostalgia provoca.
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