Mientras los trabajadores del Metro se afanaban por quitar las placas metálicas en las que aparece el nombre del expresidente Gustavo Díaz Ordaz, los trabajadores del Palacio Legislativo de San Lázaro colocaban en el muro central letras doradas con la leyenda “Al Movimiento Estudiantil de 1968”. Ese intercambio es una manifestación de intenciones del país que queremos ser y del país al que le queremos dar la espalda. Uno todavía está en construcción y el otro no termina de irse.
No hay, hay que reconocerlo, una estructura autoritaria que conduzca a las Fuerzas Armadas a disparar contra ciudadanos desarmados, pero sí hemos visto episodios en los que otros agentes del Estado, sobre todo policías municipales al servicio de las bandas del crimen organizado, secuestran jóvenes para entregarlos en las garras de sus verdugos. De modo que hay cambios para bien, sin duda, pero el camino por recorrer todavía es muy largo.
La misma Cámara de Diputados, donde se puso el letrero, ha sido testigo de ignominias sin fin, como intentar meter escondido en la cajuela al ahijado de su capo de la droga para dotarlo de inmunidad parlamentaria. El gobierno sigue teniendo en la publicidad oficial una herramienta poderosa para dirigir contenidos, pero la libertad de expresión existe y los sistemáticos ataques al Presidente y su familia, que serían impensables en otras épocas, hoy son el pan nuestro de cada día.
Los verdaderos censores de la prensa, sobre todo en plazas del interior de la República, son los narcos, que quieren conducir a punta de pistola la línea editorial de los diarios que se publican en su zona de influencia. México está a dos aguas, a dos corrientes, una de ellas de fondo, con resabios de autoritarismo; y otra, de aspiración a la democracia plena. Los jóvenes, que irrumpieron en el escenario nacional en el 68, hoy son protagonistas centrales del quehacer político y su voto forma gobiernos.
En la ceremonia de develación de la leyenda, el rector de la UNAM, Enrique Graue, afirmó que la democracia, la libertad y la justicia fueron las aspiraciones del Movimiento Estudiantil de 1968, y las recientes manifestaciones de los universitarios también tienen esa esencia.
“La juventud quiere seguridad y esperanza; requiere expresarse y ser escuchada. Así hay que entenderlo y actuar en consecuencia. De ahí la importancia de conmemorar en estos muros al movimiento”, dijo durante la sesión solemne en la Cámara de Diputados, en la que se inscribió en letras de oro “Al Movimiento Estudiantil de 1968”, en el Muro de Honor.
El movimiento, prosiguió, fue un grito de rebeldía contra el autoritarismo y la represión de un Estado insensible a los vientos de cambio que soplaban ya en diversas partes del mundo; una lucha por el derecho a disentir y por la libertad de expresión; por el respeto a las instituciones educativas y por el deseo de transformar nuestra sociedad.
“Hace 50 años, a los jóvenes nos tocó presenciar, con perplejidad y temor, cómo el Ejército ocupaba nuestras escuelas y sitios de reunión. Eran días en los que reinaba la zozobra y el desconcierto: el Estado no sabía qué hacer con las instituciones de educación superior, y nosotros no sabíamos qué hacer con la presencia militar en las calles y en nuestras instalaciones. Sólo podíamos indignarnos y protestar”, recordó Graue.
Luego sucedió la masacre inexplicable e inhumana de la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco.
El Movimiento Estudiantil, concluyó el Rector, fue el gran punto de inflexión que dio lugar a una serie de ciclos de movilizaciones ciudadanas, cuyo aporte democrático nos lleva al México actual.
[email protected]
@soycamachojuan