Morena, siguiendo la marca de su fundador, va por una campaña permanente, eterna.
El ejercicio del gobierno será una forma más de hacer campaña. López Obrador no engañó a nadie. Bautizó a su partido como movimiento. Si se queda quieto, en un cubículo, tratando de diseñar políticas públicas, se hunde. El otro día dijo que si se queda en su oficina corre el riesgo de convertirse en tecnócrata. Fue un chiste de los suyos. Ya adelantó una gira nacional para después del 16 de septiembre. Los fines de semana no estará en su casa descansado, como cualquier persona. Nada eso, se irá de trabajo de campo o a reflexionar. La cosa es moverse.
Morena tiene que estar forcejeando, prometiendo, agitando a los ciudadanos, cualquier cosa menos quedarse quieto. El ejemplo más reciente y alarmante es la orden de que los superdelegados de Morena visiten casa por casa a todos los ciudadanos de sus respectivas entidades.
El propósito formal es recoger sus demandas específicas, las de cada familia. El objetivo real, pues no engaña a nadie, con la excepción quizá el INE y el TEPJF, es seguir en campaña, en actos anticipadísimos de proselitismo pues esos delegados serán candidatos a gobernador de Morena, con lo que desvirtúan completamente las condiciones de la competencia.
En pocas palabras, los delegados emprenderán de inmediato sus campañas electorales bajo el disfraz de superdelegados. Jugarreta audaz aunque obvia. Algunos gobernadores lo detectaron, a otros como que les cae el veinte, pero la mayoría de ellos, con una o dos excepciones, han guardado silencio, intimidados por el abrumador triunfo de AMLO que lo hace dueño de todas las canicas.
Uno de los que ya detectaron el fondo de la jugada y no le quiere hacer el juego a Morena, es El Bronco, que ya está de regreso en Nuevo León después de su aventura como candidato independiente en la elección presidencial y ya dijo que no quiere saber nada de la superdelegada, pues en Nuevo León es mujer, y que si tiene algo que tratar con la federación lo hará con AMLO directamente.
Objetivo central de la campaña permanente es asumir el control de la agenda informativa. No dejar espacio en los medios para los partidos de oposición. Que Morena se convierta en el emisor institucional dominante, controlando las primeras planas, dejando morralla informativa para los actores políticos de otros partidos. Eso es. No lo ven los que no quieren hacerlo.
El periodo de transición ha sido un ensayo general de esta estrategia. AMLO, los dirigentes de Morena y los integrantes del gabinete presidencial que comenzará a trabajar de manera formal hasta diciembre, ya hicieron su agosto informativo. Han tomado por asalto a los medios que, asustados ante la posibilidad real de perder publicidad, les han abierto las puertas. Se han metido hasta la cocina. Muchos de los integrantes del gabinete en funciones se replegaron antes de tiempo. No todos, por fortuna. Hay algunos que siguen trabajando e incluso dando buenos resultados.
El movimiento constante supone riesgos permanentes y un desgaste prematuro. Los que integrarán el siguiente gabinete se la pasan hablando de temas que no dominan, haciendo ofrecimientos que no podrán cumplir y poniéndose metas que están más allá de sus atribuciones. Alguien por ahí ya prometió bajar a la mitad el número de homicidios dolosos en los primeros años de la siguiente administración. Todavía no comprende porque los asesinatos subieron y ya se comprometió a disminuirlos, lo que supone tomar un riesgo colosal, pues la realidad es canija.
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