Andrés Manuel es un peleador callejero. Lo seguirá siendo cuando despache en Palacio Nacional, incluso más. Entiendo que la política es conflicto, sólo que algunos políticos tratan de solucionarlos y otros de administrarlos para seguir teniendo motivo de pleito. AMLO es uno de los que mantiene el equilibrio tirando jabs. Si no ubica un adversario enfrente se entretiene con rounds de sombra. Su estilo personal de gobernar será guiar la nave de la nación hacia donde rompen las olas bravas, ya que las lagunas lo aburren. Lo cual augura seis años entretenidos para los periodistas que trabajen en los pocos medios que subsistan cuando arranque la Cuarta Transformación, pero también prevé un periodo largo de inestabilidad.
López Obrador ganó con pasmosa facilidad la elección de julio pasado. Por alguna razón que los psicólogos sociales deben desentrañar, los ciudadanos le dieron un poder inmenso, incluida la mayoría en ambas cámaras del Congreso. A pesar de eso, y de que de vez cuando le da por emitir sermones propios de un pastor evangelista, buscó nuevos conflictos, con lo del aeropuerto de Texcoco con los empresarios y con los gobernadores con la figura de los “super delegados” que concentrarán un poder inmenso que los hará un poder alterno. El modelo propuesto, salta a la vista, es una máquina de candidatos de Morena.
Lo sabe todo el mundo, pero AMLO y sus voceros hacen como que no entienden. Un grupo de gobernadores tuvo el atrevimiento de quejarse, de decir de que no estaban de acuerdo. ¿Cuál fue la respuesta del presidente electo? ¿Los llamó a dialogar para darle sus argumentos? Nada de eso. Dijo que no será rehén de nadie ni se dejará extorsionar. O sea, ante el inicio de un connato de incendio no buscó una cubeta de agua, fue por un tambo de gasolina.
López Obrador ha estado posponiendo un pleito inevitable, uno que hará época. Su confrontación con Trump es obligada. Será cruenta. Ocasionará daños graves en ambos lados de la frontera. Gracias a la habilidad de Ebrard y a los cálculos maquiavélicos del tabasqueño ese pleito no ha estallado, pero ahí viene. Una vez que Peña y Videgaray se quiten de en medio Andrés Manuel y Donald quedarán frente a frente. Hasta ahora el equipo Peña ha servido de línea de contención, recibiendo golpes bajos y escupitajos. El primer pretexto de bronca serán las caravanas migrantes estacionadas en Tijuana y de ahí para adelante. No habrá paz. No trato de ser ave de mal agüero, sólo apunto que dos peleadores encerrados en un callejón son demasiados. Sólo uno quedará de pie.
También por su espíritu maquiavélico de tierra caliente, AMLO le ha dado un giro notable a su relación con las Fuerzas Armadas. Después de años de cargarles con todo, de acusarlas incluso de reprimir al pueblo, de exigir su regreso inmediato a los cuarteles, el Presidente Electo se transformó en groupie de los hombres en uniforme. Diseñó un plan de seguridad para perpetuar la militarización del país. Sacó a los probables mandos civiles de la jugada. No sólo eso, ayer mismo se reunió con miles de soldados y marinos y dijo que ideó la Guardia Nacional porque confía en los militares. Les pidió su ayuda.
Es de sabios cambiar de opinión y también de políticos que tienen un ojo puesto en el sexenio para el que los eligieron y otro en el siguiente. AMLO transformó su odio en amor por las Fuerzas Armadas porque necesita el respaldo castrense para lo que tiene planeado después del 2024. Tome nota.
Twitter. @soycamachojuan
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