Un fantasma recorre la campaña presidencial de Estados Unidos, el fantasma del Ku Klux Klan.
La irrupción de Donald Trump en el escenario político norteamericano, enarbolando un discurso xenófobo, lo hizo posible. Sus palabras cayeron en terreno fértil. Millones de personas estaban esperando alguien que les dijera que “América volvería a ser grande” de nuevo, con la condición de poner a mexicanos y negros en su lugar, cerrar las fronteras al comercio internacional, edificar muros y alentar, eso sí, la libre circulación de armas para defenderse de los múltiples peligros que los acechan.
Trump tiene la habilidad de sacar a relucir lo peor del espíritu norteamericano: el miedo a lo diferente. El miedo precede a la violencia. A David Duke, ex dirigente del grupo supremacista blanco conocido como Ku Klux Klan, la presencia de Trump le parece el advenimiento del Gran Dragón. Está feliz de que el candidato presidencial del Partido Republicano haya adoptado los ideales que él impulso, como la preeminencia de los derechos de los estadunidenses de origen europeo y contener a los norteamericanos de origen africano, mexicano o judío. Estamos ante una regresión de grandes proporciones.
Puesta en escena.- El Klan fue la respuesta de un grupo de oficiales confederados a su aplastante derrota en la Guerra de Secesión, allá por 1865. Dicen que empezó como un club social de paseos nocturnos en diversas localidades del sur de Estados Unidos, la primera en Tennessee. Gente vestida de fantasma salía a emborracharse en las noches. Pronto evolucionó hacia un grupo terrorista cuyo foco eran los negros y sus aliados. Los hemos visto en docenas de películas sobre aquellos años. Un grupo de jinetes vestidos con túnicas y capuchas blancas sembrando terror, con una enorme cruz ardiente como emblema. Una puesta en escena para poner a temblar a cualquiera.
Debajo de las capuchas había ciudadanos comunes y corrientes transformados en vengadores, intentando recuperar una vida de privilegios sustentada en un modo esclavista de producción. Los esclavos negros cultivaban algodón y tabaco, puntales de la economía sureña. Por supuesto fueron vistos con simpatía por la población que los consideraba una forma de resistencia activa contra los yanquis que habían desmoronado su forma de vida. Se construyó así lo que ellos mismos denominaban el Imperio Invisible, pues era un grupo clandestino. En buena medida lograron su propósito. Pues en muchos estados los negros, liberados de la esclavitud, no gozaron de derechos civiles semejantes a los de los blancos sino hasta el tramo final del siglo XX, más de cien años después.
Para muchos observadores, el KKK en nuestros días es una caricatura. Menos gracioso es el hecho de que la mayoría conservadora estadunidense, los llamados WASP (blanco, anglosajón y protestante), está con la mano en los fierros como queriendo pelear. Quieren establecer, a través de representantes legalmente electos en elecciones democráticas, políticas públicas que harían las delicias del general Robert E. Lee. Que ganen las elecciones está por verse. Sin embargo, ya consiguieron correr hacia la derecha a todos los integrantes de la clase política gringa. Expertos equiparan la Convención Republicana de Cleveland con los actos de preparación para el advenimiento del fascismo en Europa en la década de los años 30. Son palabras mayores. Vienen tiempos todavía más difíciles para los hispanos, muchos de ellos mexicanos, y negros en el vecino país. Comenzarán a proliferar las cruces ardientes en territorio del Tío Sam.