Dentro de una semana concluye el sexenio de Enrique Peña Nieto y arranca eso que se ha dado en llamar la Cuarta Transformación.
Vale la pena recordar en esta cuenta final que Peña Nieto dirigió sus baterías a Los Pinos desde el día que ganó la elección para gobernador del Estado de México, hablo de julio del 2005.
En esa competencia, la del Edomex, Peña le ganó al panista Rubén Mendoza, que había sido alcalde de Tlalnepantla, y también, quién lo diría, a la entonces perredista Yeidkol Polevnsky, quien fue candidata gracias a su cercanía con el entonces jefe de Gobierno de la CDMX, López Obrador, cuyas opiniones eran decisivas en el Sol Azteca. Como todos sabemos Yeidkol, que hizo carrera en organismos del sector privado, y Andrés Manuel siguen juntos y están en los cuernos de la luna, pero ésa es otra historia.
Peña encarnó en esa competencia un fenómeno de popularidad y carisma inusitado. Es difícil de creer, pero algunas voces pidieron que fuera el candidato presidencial del PRI de una buena vez, en lugar de Roberto Madrazo, pero Peña no se precipitó y se fue al Palacio de Gobierno de Toluca.
Hacia la segunda parte de su mandato, todo mundo en el PRI sabía que en el Edomex tenían un candidato con potencial ganador para la elección del 2012. El propio Peña también lo sabía. Fue tejiendo alianzas con los factores reales de poder, entre ellos, destacadamente Televisa.
Todos los otros aspirantes del tricolor, comenzando por el sonorense Beltrones, que era senador, que es un tipo con sentido común, se hicieron a un lado. Peña no tuvo mayor problema, fue candidato y venció por más de 3 millones de votos a López Obrador, que compitió por segunda vez, y por 7 millones a la panista Josefina Vázquez Mota, que no presentó mayor resistencia.
De modo que después de dos sexenios de estar en la fría banca de la oposición, después de que varios analistas políticos con luminosos entorchados académicos vaticinaran su desaparición, el PRI regresó a Los Pinos. Por unos meses pareció que se quedaría un buen rato, pero no.
Lo mejor de su sexenio fue el primer año, donde su carisma convenció a la prensa internacional que lo presentó como salvador del país y se logró firmar el llamado Pacto por México con las principales fuerzas de oposición, PAN y PRD, con el que dieron inicio las reformas estructurales, que es el legado central de este gobierno.
La magia se acabó pronto. El punto de inflexión, visto desde la perspectiva que permite el paso del tiempo, fue el escándalo de la Casa Blanca, estallado en el programa de noticias de Carmen Aristegui y que contó, se dijo entonces, con la mano negra de Marcelo Ebrard. A ese escándalo se fueron sumando múltiples casos de corrupción, sobre todo entre gobernadores priistas que hoy están presos o fugados. Se les dejó excederse. los índices de violencia que habían bajado al inicio del gobierno, volvieron a subir hasta superar en muertes violentas al sexenio rojo de Calderón. La gente no detectó los beneficios de las reformas en sus bolsillos.
Por si fuera poco, el gobierno de Peña no logró comunicar con eficiencia sus éxitos, que los tuvo. El equipo pensó que recurriendo a los grandes medios no era necesario intentar acercarse a la gente de carne y hueso. El resultado es que AMLO le dio al PRI una paliza y Peña deja el gobierno dependiendo en absoluto de la buena voluntad del tabasqueño para no investigar su patrimonio.
Twitter. @soycamachojuan