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AMLO no puede ordenarle a las universidades autónomas



La verdad sea dicha, López Obrador desquita el sueldo. Un ingreso bueno, aunque nada del otro mundo, apenas arriba de los cien mil pesos. Se levanta antes que salga el sol y anda del tingo al tango por la ciudad e incluso por el país. No se está quieto. Que toda esta febril actividad arroje un saldo favorable todavía está por verse.

Hay días en que no le caería mal quedarse en su oficina, comer ahí, y aprovechar para reflexionar lo que dice o lo que hace, porque se la ha pasado dándole pisotones a todo el mundo, a veces sólo porque es incontinente y no puede dejar de hablar, incluso de sus aventuras personales, como ésa de sus tiempos de estudiante pobretón y lo que hacía para sobrevivir en el vecindario de la Casa del Estudiante Tabasqueño. Sobre lo que hacía circulan muchas historias que no podríamos repetir en este espacio.

AMLO aprovechó el viaje para lanzarse contra las principales universidades públicas del país, como la UNAM, el IPN y la UAM, a las que acusó de mentir a los aspirantes con la patraña del examen de admonición, el cual durante su campaña prometió eliminar. “No habrá más rechazados”, dijo, y claro que se escucharon los aplausos. Quién lo iba a decir, esas casas de estudio, orgullo nacional, son unas mentirosas porque aplican un examen de admisión. Si no aplican un examen, si no colocan un filtro, cómo van a seleccionar a los estudiantes. No pueden aceptarlos a todos porque no tienen ni siquiera dónde sentarlos ni maestros ni nada.

Para aceptar a todos tendrían que tener un presupuesto ¡diez veces mayor! y comenzar a construir a toda velocidad nuevas instalaciones y formar maestros y planes de estudio. Evitar que haya rechazados en las universidades públicas es un sueño guajiro. López Obrador dice y dice cosas pensando en las graderías, buscando el aplauso y posponiendo la solución real de los problemas. Todo mundo coincide en que alcanzar la cobertura universal en todos los niveles educativos tiene que ser una meta compartida, en eso no hay duda, pero donde comienza el debate es cómo lograrlo en el nivel superior y en el papel que juegan los exámenes de admisión.

El hecho es que no hay lugar, puede cambiarse el método de elección por otro, por ejemplo un sorteo, una lotería, en la que participen todos los jóvenes que terminaron la prepa sin importar su promedio ni su nivel de conocimiento. ¿Les parece más justo? Pueden quedarse fuera cientos de estudiantes brillantes y entrar otros que han dado tumbos desde la primaria y que tienen limitaciones serias para leer, contar, interpretar. ¿Cómo funcionan las universidades públicas a nivel internacional? Claro que es importante que la oferta crezca tan rápido como sea posible, y que en un periodo de tiempo no muy largo se empaten, pero eso puede tomar lustros, pero no hay soluciones mágicas inmediatas, que quede claro para todos. Me ha tocado escuchar que el examen es la opción más justa posible, no la ideal, pero sí la más justa.

Claro que los jóvenes mejor prepararos suelen venir de escuelas particulares y esto nos coloca de cara con el verdadero problema: el gobierno tiene que garantizar una educación de calidad en la primaria, la secundaria y la preparatoria para que los egresados de las escuelas públicas tengan un nivel equiparable. Y eso, de nuevo, toma tiempo, no es inmediato. El presidente puede criticar, puede incluso ofender a las escuelas y sus directivos acusándolos de mentirosos, pero no puede, al menos sin violentar la ley, meterse en su forma de gobierno por el tema de la autonomía. No puede darles órdenes.

 

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Twitter: @soycamachojuan

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