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Bartlett recuerda sus pecados



Ego insaciable. El día que se enteró que no sería candidato presidencial del PRI, partido del que llegó a ser secretario general, Manuel Bartlett comenzó a distanciarse del régimen que lo encumbró en la pirámide del poder, pero que no le abrió la puerta de Los Pinos. No lo podía creer. Creo que todavía no puede creerlo. Se sintió víctima de un complot. Comenzó a repartir reproches. Estaba seguro de que hubo mano negra. Su rivalidad con Carlos Salinas, quien le ganó la candidatura, escaló y desde entonces no ha hecho más que crecer.

Bartlett fue secretario de Gobernación durante el surgimiento de la corriente crítica del PRI que encabezaron Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo. Era secretario de Gobernación cuando uno de sus empleados directos ideó el operativo para asesinar al periodista Manuel Buendía, el columnista más influyente de su época. Trabajaba en Bucareli y era la máxima autoridad electoral del país, en las elecciones de 1988, que pasó a la historia como el día que se cayó el sistema, que se refiere a que la información electoral dejó de fluir justo cuando el candidato del PRI estaba en problemas. Él mismo bajó el switch.

Estaba muy dolido porque no fue candidato presidencial, pero eso no fue obstáculo para que aceptara, de su rival político, dos puestos del más alto nivel, la Secretaría de Educación y el gobierno de Puebla. No está de más decir que defendió el triunfo de Salinas y la legalidad de la elección. Ese mismo señor, convertido a una religión distinta, la de los adoradores del Peje, hoy, casi tres décadas después, anda revelando verdades históricas. Acaba de decir que Carlos Salinas no ganó la elección del 1988 y por eso se quemaron las actas con la complacencia y la complicidad de los que perdieron a la mala, o sea el PAN y el Frente Democrático Nacional.

Su versión es que las víctimas del supuesto fraude aceptaron la imposición. Bartlett se cuidó de decir que el fraude no fue la caída del sistema, que él operó, sino que ocurrió después con la quema de actas en la que él no tuvo nada que ver. Cuando ocurrió guardó silencio. Después, cuando cayó en el desempleo, comenzó a indignarse y a pensar que la neta era la izquierda, o bueno, no la izquierda, el nacionalismo revolucionario vigente en los sexenios de Echeverría y López Portillo, y no los gobiernos tecnócratas de los que formó parte. Cuando las boletas de la elección fueron quemadas, Bartlett no estaba en la clandestinidad como parte de la guerrilla. Nada de eso, era parte del régimen que prendió el cerillo. ¿Había ahí una prueba de fraude? Imposible saberlo.

Dirán algunos ingenuos que es de sabios cambiar de opinión y de hombres piadosos hacer un acto de contrición, pero ¿por qué tuvo que esperar tres décadas? Las boletas, que son el eventual cuerpo del delito, ya no existen. No hay materia. ¿De qué sirve su denuncia? Sirve en primer término para saber qué clase de personajes se han acercado a López Obrador para ajustar cuentas personales o para exorcizar fantasmas que no los dejan dormir. Un delincuente electoral redimido por el mesías tropical.

Es increíble que las figuras de la izquierda le hayan dejado pasar tantas y tan graves. ¿Qué se puede esperar de Bartlett en el futuro? Dentro de algunos años, cuando le caiga otro veinte, Manuel Bartlett dirá que López Obrador era, en efecto, un peligro para México y que la honestidad valiente era en realidad un mito genial. Sus recuerdos y su amnesia están bajo sospecha.

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@soycamachojuan

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