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La mexicanización del papa Francisco



La relación del gobierno de México con el papa Francisco arrancó con el pie izquierdo. Al episodio, ya reseñado en este espacio, de la emboscada jesuita a Enrique Peña en la Universidad Iberoamericana, se sumaron reportes del Episcopado poco halagüeños para las autoridades. En eso andábamos, a medio gas, cuando el Papa incurrió en una declaración por demás desafortunada al pedir al gobierno de su país natal, “evitar la mexicanización” de Argentina. Lo dijo con respecto al aumento del narcotráfico en aquellas latitudes.

Fue un gazapo y una injusticia. México es mucho más que las bandas de narcos, de hecho sostengo que para muchos países, Argentina entre ellos, mexicanizarse sería un lujo. Francisco fue más lejos, dijo: “he platicado con varios obispos mexicanos y me dicen que por allá la cosa es de terror”. No digo que mienta, o que haya incurrido en mala intención, pero sus palabras fueron como las alertas de viaje que emite el Departamento de Estado del gobierno norteamericano, incurrió en una generalización indebida. Hay zonas complicadas y otras no tanto. Los turistas argentinos suelen regresar a casa sin un rasguño.

Además de que México paga, y eso lo debe saber un líder internacional como el Papa, un precio muy alto de dolor, de muerte, mientras otros países como los productores de cocaína en el Cono Sur y sus consumidores más allá del Río Bravo no hacen su parte, se quedan siempre a medias. La declaración cayó mal. Supuso un desencuentro que, nada me cuesta reconocer, el propio Papa ha intentado subsanar.

El viaje inminente.- La mejor prueba son las características del viaje que Francisco está a punto de emprender por el país, donde visitará seis ciudades, tocará las dos fronteras y estará cerca “del terror” como él mismo lo describió. Precisamente por eso, por el dolor, a México le urgen palabras de consuelo y solidaridad, además de que para nadie es un secreto que nuestro país es un factor estratégico para la salud del catolicismo en el Nuevo Continente, donde no pasa por su mejor momento.

La distancia entre el Vaticano y el Estado mexicano se ilustra de muchas maneras. Una de ellas fue que durante años y años, México tuvo un solo santo: San Felipe de Jesús, que subió a los altares por hazañas religiosas realizadas en territorio Filipino, no aquí. Mientras eso ocurrió, el santoral estaba lleno de señores italianos, como si por allá la fe tuviera más frutos. En realidad tenía más influencias y una relación más funcionales entre los jerarcas católicos y los gobernantes italianos, cosa que no pasaba con México. Juan Pablo ll intentó, siglos después, atenuar el desequilibrio y le dio por santificar a varios de los mártires de la Cristiada.

México es un país arquetípico para el trabajo pastoral de un Papa como Francisco: tiene severos problemas de migración, tanto la que recibe como la que expulsa. Hay brotes de violencia, desigualdad abismal entre los que tienen de sobra y los que carecen de lo necesario y se requiere revitalizar la fe, pues la iglesia mexicana, metida en escándalos indecibles de abusos sexuales, cometidos por gente de una orden religiosa a la que el Papa acaba de perdonar, está cada vez más lejos de los fieles.
El mensaje de Francisco de una iglesia austera, cercana al pueblo, nos viene como anillo al dedo. Ese es justo el mensaje que la gente desea escuchar de un Papa que después de su tropiezo se ha, él sí, mexicanizado.

 

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@soycamachojuan

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