La estrategia de la administración López Obrador para lidiar con Donald Trump incluye un capote y un disco rayado. Con el capote elude las embestidas tuiteras del inquilino de la Casa Blanca y en el disco rayado repite de manera obsesiva la frase “Amor y Paz”.
Trump es un político racista, mentiroso, patán, que gracias a esas prendas representa de maravilla a un sector muy amplio del electorado norteamericano. Buena parte del éxito de su primera campaña se debió a una correcta elección de enemigos, entre ellos en un lugar preferente, México. Al gobierno de Enrique Peña se le vino el mundo encima y tomó algunas decisiones erráticas con gran desgaste político, como esa de invitar a Trump a Los Pinos y reunirse a cada rato con el yerno, Jared Kushner. Morena, entonces en la oposición, hizo escarnio del gobierno de Peña justo por hacer lo que ahora hace desde el gobierno. Qué cosa tan fea es la política, ¿no es cierto?
Como la nueva elección ya despunta en el horizonte, Trump está retomando con fuerza sus temas de campaña y de nuevo puso a México en la mira. Ha repartido candela. Cuando era candidato, AMLO dijo que respondería todos los tuits de Trump y que terminaría por ponerlo en su lugar. ¿En qué han terminado esas frases retadoras ahora que el tabasqueño despacha en los Pinos y de seguro toma la siesta en la cama que fue de Benito Juárez? Terminaron en decir todos los días “Amor y Paz” y “Yo no me engancho”. ¿Cuánto tiempo podrá resistir antes de verse obligado a decir algo, a reclamar en voz alta? Hasta el momento esta estrategia de poner la otra mejilla ha funcionado, porque la relación está prendida con alfileres pero no se ha derrumbado, lo cual ya es meritorio.
Cuando el pleito se desate, será un desastre compartido, semejante a esa idea loca de querer cerrar la frontera, lo que supone un susto para México, desde luego, pero también un disparo en el pie para la economía norteamericana. La agenda bilateral está plagada de temas complejos, pero el de la migración es sin duda el más duro, sobre todo porque presenta características novedosas, de éxodo, no vistas en el pasado reciente. Tiene algunos rasgos peculiares.
El problema no son, como pudiera pensarse, los migrantes mexicanos que se van de Michoacán, Puebla o Oaxaca a ciudades como Chicago o Nueva York. Son migrantes centroamericanos y caribeños que atraviesan México para llegar a la frontera con Estados Unidos. Sólo durante el mes de marzo se contabilizaron cien mil personas, que son muchísimas y representan un desafío humanitario de grandes proporciones y para el cual quizá México no está preparado. Trump, en sus discursos para su potencial electorado, sostiene que México no ha hecho nada, pero la verdad es que ha hecho mucho y hará más. Usará personal y recursos para contener las caravanas con tal de no hacer enojar al vecino y no darle motivos de tomar medidas draconianas.
Los votantes de AMLO en México están desconcertados. No entienden por qué su rijoso líder, que es el maestro del forcejeo político, con los gringos prefiere pasar como timorato, cuando no francamente cobarde. En realidad no es cobarde, es calculador, que es otra cosa. Sabe que un choque de trenes dejará múltiples daños, sobre todo de este lado de la frontera, de manera que trata de avanzar por otra vía, una que no suponga una confrontación directa.
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