¿Cuántos seres humanos habrán matado personalmente los jefes de los cárteles de Sinaloa y el de Jalisco Nueva Generación? Me refiero a ellos, con sus propias manos o jalando el gatillo. ¿Cuántas personas habrán mandado matar a través de sus sicarios? De esos muertos, ¿cuántos eran soldados, marinos, policías federales, estatales o municipales? La masa delincuencial bajo sus órdenes ¿cuántas extorsiones, robos, secuestros, violaciones habrá perpetrado?
El Mayo y El Mencho, si la justicia divina existe, pasarán la eternidad en el infierno como los demonios que son, pero por lo que se ve aquí en la tierra se la pasarán bailando la manzanilla hasta la vejez, porque el Jefe de Estado mexicano, cuya primera responsabilidad es brindar seguridad a los habitantes del territorio, dijo que no irán tras ellos ni detrás de ningún otro jefe de bandas, pues eso, dijo, de perseguir a los objetivos prioritarios pasó de moda. No más. Él quiere paz. La guerra contra el narco terminó.
Dicho como lo dijo López Obrador el planteamiento conduce a conclusiones desorbitadas, lastimosas, peligrosas. Lo malo de tocar tantos temas en sus conferencias matutinas es que no tiene oportunidad de profundizar en ninguno y suelta declaraciones como metralleta. La guerra contra el narco, que tuvo al inicio el nombre de Operativos Conjuntos, arrancó a los pocos días de que Felipe Calderón asumiera el poder. Calderón respondió así a una petición, casi una súplica, de Lázaro Cárdenas, entonces gobernador de Michoacán, quien le dijo que sus policías estatales y municipales habían sido rebasadas o compradas y que requería el inmediato auxilio de las fuerzas federales. Cárdenas es ahora jefe de asesores de AMLO y no dice esta boca es mía.
Y entonces soldados y marinos dejaron los cuarteles y salieron a las calles. Dijeron que estarían afuera haciendo tareas de contención, aguantando el embate de las bandas criminales hasta que los estados y municipios, comenzando por Michoacán, crearan policías profesionales, eficientes, honestas, cosa que no ocurrió nunca. El Ejército se aventó como El Borras. Ni siquiera tenía claro bien a bien qué tipo de armas usar. Recuerdo las imágenes de una tanqueta atrapada en las pequeñas calles de Apatzingán. Momentos después disparó y destruyó una vecindad con todo lo que estaba adentro.
La Guerra siguió durante el sexenio de Peña Nieto, quien marcó la meta de detener o eliminar a 122 objetivos prioritarios. Casi lo consiguió. Es obvio, y nadie lo discute, que ir tras los jefes no acaba el problema, pero también es evidente que el gobierno federal no puede hacer como si no existieran y que la actividad criminal surgiera por generación espontánea. Ellos, gente como El Mayo y El Mencho la conducen. Dan las órdenes. Estoy a favor de buscar otras formas para dar seguridad, pero es indiscutible que si los malandros quedan impunes se multiplicará el peligro.
¿Qué se necesita para capturarlos? Inteligencia, capacidad técnica y honestidad, además, claro, de la cooperación de las agencias norteamericanas que, apuesto doble contra sencillo, tienen más información de la que nos comparten. La persecución cesa cuando más oportunidades tenía de triunfar. Una de las razones por las que no se concretaron en el pasado las caídas del Mayo y del Mencho fue la corrupción. Ahora que, dicen en las conferencias de la mañana, la corrupción concluyó, era cosa de persistir para echarles el guante o liquidarlos.
Los soldados, marinos y agentes federales muertos en el cumplimiento de su deber, se merecen que el país haga un esfuerzo supremo para capturar a quienes ordenaron su muerte.
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