A juzgar por lo que se dijo de ellos a lo largo de la campaña electoral, algunos de los políticos que esta mañana celebran victorias electorales deberían estar recluidos en un penal de máxima seguridad, de preferencia a prueba de túneles.
Sus colegas de otros partidos, integrantes de la clase política que los conocen desde hace años, algunos son amigos, otros incluso parientes, los acusaron de ser rateros y cómplices de las bandas del crimen organizado. A pesar de lo cual su nombre no apareció, como sería lógico, en un cartel de los más buscados por la PGR o el FBI y la DEA, sino en la boleta electoral para gobernarnos, para señalar el camino, para gastarse el dinero público. En lugar de que la policía los persiga, ahora ellos serán los jefes de los uniformados. Así es esto.
Si no son rateros y fueron difamados, lo que sigue es que presenten hoy mismo, una denuncia para limpiar su nombre, si es que su reputación les preocupa. Si son delincuentes, hay que evitar que tomen posesión del cargo y detenerlos antes de que tengan inmunidad. Que mafiosos ocupen gubernaturas, diputaciones o alcaldías no es algo menor, es un asunto de seguridad nacional, ya vieron lo que ocurrió en Iguala.
De mentiritas.- Hay quien sostiene, para no escandalizarnos, que las campañas electorales son en realidad una puesta en escena, no deben tomarse en serio. Son de mentiritas. Las promesas de los candidatos no tienen más valor que atrapar algún incauto, pero nadie sensato espera que se conviertan en realidad. Las campañas negras, o de alto contraste, como dicen los expertos, tampoco tienen valor en los juzgados. Son, para entendernos mejor, como gritos en un estadio de futbol. Nadie se toma la molestia de bajar a nivel de cancha para comprobar si el árbitro es ciego, como le gritan desde la tribuna; o si los gestos de dolor profundo, casi de agonía, de un jugador son fingidos y solo le duele su orgullo.
Si lo anterior es cierto y las campañas son un sainete deberíamos emprender acciones para reducirlas a su mínima expresión, o de plano eliminarlas, de manera que no gastemos ni un peso en mantener abierto un circo denigrante. Por si fuera poco, más de la mitad de los candidatos ni siquiera se toma la molestia de reportar al INE cómo se gastaron nuestro dinero. No rinden cuentas. Se inscriben, pasean, injurian, gastan y si no ganan se regresan a su casa a platicar las anécdotas y contar sus ganancias. Si triunfan, hay que obedecerlos.
El deterioro llegó a tal extremo que el otro día el secretario de Gobernación, Osorio Chong, dijo que habían sido las campañas más despiadadas de la historia. Osorio anda en éstas desde chamaco y no es precisamente una princesita escurridiza y graciosa. De manera que para que él se escandalice es que sus colegas políticos ahora sí “se mancharon”, como dicen los chavos. Una democracia incipiente y fea que entrega la conducción de las instituciones no a los mejores, sino a los más despiadados. Como en una pelea de cantina, el último que queda de pie es el ganador.
México enfrenta problemas gravísimos. A juzgar por lo dicho en las campañas, la clase política mexicana es un cuerpo en descomposición. Por donde quiera que se le apriete sale pus.