En política cuenta la biografía, pero cuenta más la circunstancia.
Es un axioma de la lucha por el poder que se confirmó de manera contundente en la pasada campaña política. El mejor candidato, el que contaba con el mejor perfil y una hoja de servicios impecable, era de lejos José Antonio Meade, pero no tuvo ninguna oportunidad de ganar.
La circunstancia le fue completamente adversa, dentro de la coalición que lo lanzó, como en torno a López Obrador a quien, en cambio, las estrellas se le alinearon para que triunfara casi sin despeinarse. En contraste Meade se esforzó, adelgazó casi diez kilos, terminó exhausto y de cualquier manera quedó lejísimos.
Para cualquier candidato que hubiera elegido el PRI ganar la elección habría sido una misión imposible. El desprestigio del presidente, muy mal calificado por los ciudadanos, y el enojo de la gente hacia el PRI por la secuencia de militantes corruptos de ese partido, sorprendidos con las manos en la masa, conformaron un panorama negro. El PRI llegó a la elección como un partido ineficiente y corrupto. Además, del proceso de destape fue muy poco lucidor. Todos saben que Meade fue el plan “D” o “E” de Peña Nieto, quien se pronunció por el secretario de Hacienda una vez que Videgaray, Osorio y Nuño fueron descartados por diversas razones.
Meade resultaba un cuadro inmejorable, ideal para encabezar una alianza formal o real con el PAN, pues había sido dos veces secretario de Estado en la administración panista de Felipe Calderón. El plan era que representara una alianza para contener al Peje. Pero al interior del PAN Ricardo Anaya tenía otra idea, quería alianza, pero con el PRD, y con él como candidato presidencial. Todo se descarriló.
El día que destaparon a Meade casi nadie lo conocía, casi nadie fuera del círculo rojo. La gente común no lo conocía, no sabía pronunciar su apellido. Empezó desde cero. Tenía enfrente a un personaje como AMLO a quien todos conocían pues además de ser jefe de Gobierno de la CDMX, protagonizó su tercera campaña presidencial. Digamos 18 años de aparecer en los medios como aspirante, contra Meade que era conocido por los columnistas económicos y párenle de contar. Peña no preparó la sucesión. Se le vino encima. La invitación a Trump a México cuando era apenas candidato hizo que el rompecabezas, que estaba a punto de concluirse, saltara por los aires.
Meade no era militante del PRI, compitió como candidato ciudadano. Los priistas nunca lo vieron como uno de ellos porque no lo era, ésa era su fortaleza y al mismo tiempo su vulnerabilidad. Como los priistas son disciplinados casi nadie levantó la voz para protestar por el destape de Meade, pero tampoco lo ayudaron, ni sudaron la camiseta en la campañas. Nunca se sintieron parte de la campaña.
La campaña misma, su diseño, mostró que el coordinador, el candidato y los principales operadores habían hecho una lectura muy superficial de la realidad nacional y de las esperanzas y molestias de la ciudadanía. Como es un hombre inteligente, con el paso de los días Meade se convirtió en un mejor contendiente, aunque estando a más de 20 puntos de distancia del líder eso resultó una simple anécdota. Ahora es un mejor político. Conserva las destrezas técnicas, y los golpes políticos sin duda lo curtieron. Vio la miseria humana a los ojos.
¿Qué hacemos con Meade? ¿Lo dejamos ir a poner una consultoría, volverse millonario, y que sus conocimientos sólo sirvan a unos cuantos, o tendrá otra oportunidad en el servicio público?
@soycamachojuan