¿Permitirá la CNTE el regreso a clases? Plantear la pregunta es una irregularidad inadmisible, dolorosa incluso. Que el calendario del sistema educativo nacional dependa de la voluntad de un grupo movilizado para defender privilegios, que no derechos, pone al descubierto una vulnerabilidad que no augura nada bueno. Los activistas no tienen prisa. Pueden sostener el supuesto diálogo con el gobierno en Bucareli por tiempo indefinido, incluso hasta que la actual administración concluya.
El gobierno les sigue pagando sus quincenas. Cobran sin presentarse en sus puestos formales de trabajo, que son, aunque suele olvidarse, los salones de clase. Con el gasto asegurado ellos siguen bloqueando, vandalizando. Incluso sus dirigentes, los de la Sección 22, sobre los que pesan acusaciones graves, ya están sueltos. Salieron de prisión y volvieron a la grilla. El colmo de la situación es que si algún grupo se inconforma por los daños que ocasiona la movilización de maestros y normalistas, por ejemplo los empresarios, el gobierno se pone, entonces sí, enérgico y los regaña, a ellos, a los empresarios enojados, y no a los revoltosos.
El objetivo político de la CNTE y sus aliados a corto plazo es arruinar la ceremonia del 4° Informe de Gobierno del Presidente de la República. La quieren estropear. La idea es que el Ejecutivo Federal no tenga nada bueno qué decir de la reforma educativa ese día. Que el Zócalo esté rodeado de activistas y que se difunda el mensaje de que la reforma fracasó y el único camino posible es meter reversa. Volver a lo de antes con la frente marchita. De manera que la CNTE no volverá a clases el 22 de agosto y se concentrará en boicotear el Informe del primero de septiembre. Después enfilarán sus baterías a Murat. Ése es su plan, ¿qué hará el gobierno?
Nadie sabe, nadie supo
Un obstáculo grande para el desarrollo democrático del país, es la falta de información sobre asuntos torales que a todos afectan. Casos que impactan la percepción que se tiene en el exterior sobre el país y, lo que es más importante, afectan la valoración que hacemos aquí de nuestro modelo de convivencia. No son hechos del pasado remoto que requieran investigaciones arqueológicas, trasladarse a zonas inaccesibles o meterse debajo de pirámides, nada por el estilo. Son hechos recientes, ocurridos hace algunos meses, cuya crónica tiene demasiadas inconsistencias. No tenemos la capacidad de acceder a una versión definitiva.
A pesar de los cientos de periódicos que circulan por el país, de canales de televisión, estaciones de radio y la proliferación de las redes sociales estamos lejos, muy lejos, de saber bien a bien lo ocurrido, por ejemplo, en el caso Iguala, con la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Cada determinado tiempo aparece una nueva hipótesis. Tampoco tenemos noticia cierta de los sucesos de Tlatlaya en el Estado de México. Tampoco de la matanza del departamento de la colonia Narvarte, una de las zonas más densamente pobladas del país y con todos los implicados detenidos.
A dos meses de ocurrido sigue siendo desconocida la mecánica de los acontecimientos en Nochixtlán, en Oaxaca, en ocasión del fallido operativo para desbloquear una carretera. La fuga del Chapo Guzmán y las circunstancias de su recaptura están plagadas de misterios. Tampoco conocemos el monto real de las propiedades e intereses de Andrés Manuel López Obrador, que vive, según él, prácticamente sin dinero, como un anacoreta tabasqueño en plena Ciudad de México. Los ejemplos podrían multiplicarse. La verdad, por alguna razón, nos esquiva. No quiere asentarse entre nosotros. Naufragamos es un mar de versiones, rumores, cuchicheos, chismes.