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Las desventuras del apóstol Durazo



Parte importante del trabajo de un responsable de la seguridad es transmitir a la gente un mensaje de serenidad, entereza, aplomo, temple. Alfonso Durazo no lo hace. Acaso nadie le ha dicho que tiene que hacerlo. O tal vez sí trata de hacerlo pero no le sale o no entiende la naturaleza del puesto que está a punto de asumir. En lugar de eso, parece estar al borde de un ataque de nervios. Transmite preocupación, desconcierto. Escucharlo garantiza una noche de insomnio. Un surfista novato a punto de cabalgar una ola gigante, mientras en la playa la gente se muerde las uñas.

Se hará cargo de una nueva versión de la Secretaría de Seguridad el primero de diciembre. Todavía tiene oportunidad de replantear su acercamiento a la ola gigante. Podría asumir que recibirá la estafeta de funcionarios que en estos momentos están corriendo y que pueden ser sus mejores aliados para saber qué se puede hacer de inmediato y qué se tiene que corregir para dar mejores resultados en el mediano plazo.

Durazo se pone a sí mismo la trampa de las grandes expectativas, intenta un golpe propagandístico y en el curso de una misma entrevista habla de la catástrofe que viene y que tendrá que convertirse en un apóstol. Tal vez sea demasiado emotivo para un cargo que requiere compromiso total, eso es verdad, pero también cabeza fría y, algo importante, cierto desapego de los reflectores. Si Durazo quiere la arenga diaria en la plaza pública estaría más contento en la estructura de Morena, tirándole todo el día al PRIAN o algo por el estilo.

Los grandes males, como la corrupción o la ineficiencia e insuficiencia de las policías estatales y municipales están sobrediagnosticados. Lo que falta son los grandes remedios que suelen estar escondidos en los pliegues de programas pequeños que obtienen logros concretos todos los días que, con el paso del tiempo, se traducen en grandes avances. Enfrentará una tarea compleja, por supuesto, pero nadie está esperando que le dé vuelta a la tortilla de un día para otro.

Además tendrá a su disposición herramientas varias y poderosas del Estado mexicano, comenzando por las Fuerzas Armadas, la Policía Federal y los órganos de Inteligencia. Su tarea en estos meses de transición es determinar cómo colocará y moverá esas fichas para tener los mejores resultados, lo cual requiere que le pregunte a expertos, nacionales y foráneos, que hable con gobernadores, exgobernadores, alcaldes, exalcaldes, que evalúe experiencias locales y de otros países, requiere trabajo de gabinete y comprender que la inseguridad en el país tiene factores internacionales determinantes, comenzado por la estrategia de Estados Unidos con respecto al tráfico de drogas, el cual no combate sino que administra de acuerdo a sus intereses geopolíticos.

De los así llamados Foros de Pacificación pueden salir cosas valiosas, en especial los mejores procedimientos para la búsqueda de desaparecidos, que es un tema de voluntad política pero también de logística y tecnología; pero la elaboración del programa de seguridad tiene que correr en un carril alterno en el que no esté la bizantina discusión del perdón. Es un paso en falso que distrae e indigna a las víctimas pues transmite la idea, ya lo vimos en los foros, de que el gobierno pone por delante el bienestar de los matones y no la demanda de justicia de las víctimas. Lo del perdón corresponde a otra ventanilla. La ventanilla que atiende, o piensa atender, Alfonso Durazo, tiene como llaves maestras la ley y la justicia.

 

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@soycamachojuan

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