Comencemos con un deslinde: hay que diferenciar, tan nítidamente como sea posible, los adictos de los consumidores de droga por esparcimiento. Los primeros, me refiero a los adictos, están atrapados. Necesitan ayuda profesional para salir de la prisión en la que se encuentran. Los segundos, que consumen sobre todo mariguana y cocaína, constituyen el mercado de las drogas en el país. Un mercado ha crecido de manera exponencial en los últimos años.
Los consumidores por esparcimiento no se consideran a sí mismos enfermos, ni nada por estilo. Son gente común y corriente, que está al lado suyo amable lector, un familiar, un amigo, un compañero de la oficina, que quieren tener experiencias diferentes que, digamos, expandan sus sentidos. Para tener esas experiencias financian a los cárteles. Con el dinero que los consumidores por esparcimiento les dan, las bandas criminales se pertrechan, compran armas, camionetas blindadas, equipo de comunicación y sobornan autoridades.
En su afán obsesivo por aparentar ser políticamente correctos, los funcionarios públicos siempre se refieren a los consumidores de droga como personas que requieren simpatía, solidaridad, protección. No hacen el deslinde. Meten a adictos y consumidores por esparcimiento en el mismo costal. Esto a pesar de que el tráfico de drogas es la principal fuente de violencia en el país. Es una actividad que ha dejado miles de hogares enlutados y sembrado fosas clandestinas a lo largo y ancho del territorio nacional. El cigarro de mota que se fuman en la azotea o la tacha que se ingiere en el antro se transforman en tiroteos, ajustes de cuentas, decapitaciones, cuerpos convertidos en ceniza y tirados a un río en bolsas.
Problema y solución.- Los consumidores de droga por esparcimiento son parte del problema, de hecho la parte principal. Por lo mismo pueden ser parte de la solución. El gobierno federal puede tener miles de policías de alto nivel, ministerios públicos eficientes y jueces honestos -ya sé que suena a mal chiste- que si el apatito de las drogas no disminuye no saldremos del pantano de la violencia. Se habla mucho de las acciones de prevenciones que son como fantasmas que pasan desapercibidos. El gobierno gasta cientos de millones de pesos en propaganda política, pero las campañas contra el consumo brillan por su ausencia.
Se tienen que instrumentar campañas que dejen muy claro, para que nadie se haga que la virgen le habla, que hay una conexión entre el consumo de drogas por esparcimiento y la violencia en el país. Los consumidores no pueden escandalizarse por los actos de salvajismo entre traficantes, mientras se fuman un churro para sentir paz y amor. No tiene sentido. La gente tiene a su alcance la mejor arma para terminar, en cuestión de horas, con las bandas de traficantes más sanguinarias: dejar de comprarles sus cochinadas. Consumir drogas debe tener un costo social equivalente al daño social que ocasiona, ni más ni menos. Si se hizo con el tabaco y trata de hacerse con el alcohol, es inadmisible que no se haga con la mariguana y la cocaína. Me parece que solventes y heroína sí caen en el rubro de la adicción.
Legalización.- Desde que varias ciudades de Estados Unidos, incluida Washington, ha despenalizado el consumo de mariguana por esparcimiento, el tema de la legalización está sobre la mesa y demanda emprender cuanto antes un diálogo de altura entre legisladores, policías y médicos. Adelante. México puede pedir a la comunidad internacional, por lo menos a los países del continente americano, tomar medidas conjuntas a la brevedad posible y si se despenaliza la mariguana adelante. Mientras no sea así hay que inhibir el consumo de esa y otras drogas y no suponer que adictos y consumidores por esparcimiento son sinónimos.