A primera vista parecía un comunicado más de la DEA, la agencia antinarcóticos de Estados Unidos. La nota decía que la banda criminal Guerreros Unidos ya es considerada por el Tío Sam como amenaza para su seguridad. Los norteamericanos están preocupados por el crecimiento de Guerreros Unidos y su capacidad para el trasiego de heroína. Venden esa droga en varios estados de la Unión Americana, pero también en el centro de México en plazas como Morelos, el Estado de México y, claro, Guerrero.
¿Los Guerreros Unidos han crecido hasta convertirse en amenaza para el gobierno de Estados Unidos? Es un contrasentido, una afirmación contra toda lógica. ¿Por qué lo digo? Porque se trata de la banda que, según la versión oficial, todavía sostenida por la PGR, fue responsable de la desaparición, asesinato e incineración de los cadáveres de 43 normalistas de Ayotzinapa en hechos ocurridos la noche del 26 de septiembre del 2014, en Iguala, Guerrero, en uno de los episodios de mayor costo político para la actual administración.
Precisamente por el enorme desgaste que el caso provocó en la imagen del gobierno federal y del Estado mexicano en su conjunto, fuerzas federales y estatales se dieron a la tarea de destruir a ese grupo criminal, capturando o liquidando a sus cabecillas y haciendo que sus sicarios se dispersaran. O eso nos hicieron creer. La noche del terror de Iguala ocurrió en el 2014. Tres años después la DEA informa que dicho grupo en lugar de desaparecer se ha fortalecido. De ese tamaño. De donde surge de manera natural un cuestionamiento importante: ¿En verdad se instrumentó una cacería de Guerreros Unidos o fue una mascarada para mantener entretenidos a los medios y a las organizaciones de derechos humanos de varias partes del mundo? Si hubo tal cacería ¿por qué falló? ¿A quién se puede achacar el fracaso? Hay demasiadas preguntas sin respuesta.
Los Guerreros Unidos son uno de los frutos diabólicos del asesinato de Arturo Beltrán Leyva en unos condominios de lujo en Cuernavaca por parte de la Marina Armada de México. Los infantes de marina, con información de Inteligencia gringa, hicieron picadillo al sinaloense. Incluso, en mala hora, exhibieron su cadáver. Su muerte hizo que el Cártel de Sinaloa se quebrara. Surgieron varios grupos más pequeños pero también más sanguinarios. Uno de ellos fue Guerreros Unidos que se estableció en Iguala, localidad clave para el movimiento de amapola, que es uno de los grandes negocios de nuestros días.
En Iguala, según la versión oficial, gozaban de la protección del alcalde José Luis Abarca y su esposa María de los Ángeles Pineda, quienes eran parte de la dirigencia del grupo criminal. Desde luego la policía local cobrará en dos ventanillas, en la del municipio y en la de Guerreros Unidos. Los Abarca están en la cárcel y varios de los jefes de los Guerreros Unidos están en el infierno o en prisión; sin embargo, la ciudad de Iguala y municipios aledaños siguen siendo centro importante de actividad criminal, comenzando por la siembra y traslado de amapola a Estados Unidos. ¿Qué explicación le podemos dar?
La única explicación es por demás desalentadora. La corrupción se impuso. Hay demasiado dinero en juego. Las fuerzas encargadas de acabar con Guerreros Unidos los dejan trabajar a cambio de grandes cantidades de dinero. En el colmo de los males, el caso Ayotzinapa sigue abierto. Los normalistas continúan en calidad de desaparecidos. Todavía ninguno de los responsables recibe sentencia.
Peor, imposible.
@soycamachojuan