Andrés Manuel López Obrador pretende que su nombre esté en la boleta 2021, como preparativo para estar en la del 2024. Su objetivo último es, de ser posible, que lo saquen de Palacio Nacional con los pies por delante, literalmente hasta que el cuerpo aguante. De los deseos a lo que realmente pasa hay una distancia, es cierto, pero AMLO es perseverante. Si por él fuera estaría todo el tiempo en campaña. Es un estupendo candidato y un gobernante muy limitado. Lo que le gusta es la plaza pública, la arenga, los símbolos, los chistoretes, pero aborrece el trabajo de escritorio, lo que por desgracia se ha notado de manera muy clara en los primeros meses de su administración.
El pretexto para estar en la boleta 2021 es el proceso de revocación de mandato. Habrá una elección en la que él será protagonista para una sola pregunta: se queda o se va. Claro que será el pretexto ideal para hacer campaña, molestar a sus rivales conservadores y fifís, y triturar a los partidos rivales que todavía no se reponen de la paliza que les dio el año pasado. Es importante señalar que AMLO ha podido hacer y deshacer a su antojo, porque los partidos opositores no meten ni las manos. Si PAN, PRI y PRD fueran algo más que muertos vivientes, el Presidente y su partido tendrían que sudar la camiseta, pero la verdad es que andan por ahí haciendo barbaridades sin despeinarse.
El ejercicio del 2021 arrojará datos para ver si toma el riesgo de buscar, después de esa fecha, la reelección de manera abierta. Las señales de que prepara el terreno son claras. Van desde el control de la Suprema Corte de Justicia con ministros a modo, pasando por el Poder Legislativo y el golpeteo incesante a los organismos autónomos, incluido el INE, al que le tiene tirria; AMLO busca controlar el movimiento obrero, con Napoleón Gómez como el nuevo Fidel Velázquez, y ser la persona que decide todo en el país. Quiere ser el Luis Echeverría del siglo XXI, lo que es muy complejo porque somos otro país, pero el esfuerzo se hará.
Que por estos días se cambie a vivir a Palacio Nacional es una decisión en la misma sintonía. La ofensiva contra el INE es una pieza clave en esta estrategia. El peligro del INE es que funciona y funciona bien. Su existencia ha hecho posible la modernización de la competencia política en el país; el traslado de poder de un grupo político a otro en un clima de civilidad y de apego a las leyes está ahora en peligro. El gobierno quiere dinero y lo quiere sacar del presupuesto del INE. Le conviene un instituto electoral vulnerable, con problemas de autonomía de gestión que esté listo para escuchar las órdenes que emanen de Palacio, justo como sucedía antes de la transición.
Acabar con el INE sería una regresión democrática, pondría en riesgo esa cédula de identidad nacional que es la credencial del instituto, la más usada en el país, y volverían las sospechas sobre el resultado real de las elecciones. Sería una vuelta atrás de tres décadas. Para que todo eso ocurra lo primero es que AMLO se salga con la suya en cuanto a la revocación de mandato, haga otra campaña y se perfile para ganar otra elección presidencial, no sólo la del 2018. Uno pensaría que el tabasqueño ya había ganado la elección que le interesaba, la suya del año pasado. Se está movimiento porque quiere más.
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