Además de devastar las finanzas de la principal empresa del Estado mexicano, los huachicoleros han tenido un triunfo cultural por demás lamentable. Consiguieron atrapar en su red criminal a poblaciones enteras. Muchas comunidades, varias de ellas en el estado de Hidalgo, ubicadas en las inmediaciones de ductos de Pemex, son parte de la estructura criminal. En esas localidades el Estado se desvaneció. Su vacío ha sido llenado por los mandos de las bandas huachicoleras que son el poder real en la entidad. La gente trabaja para ellos, los protege, se siente parte del negocio. ¿Hay posibilidades de revertir esta situación? En el corto plazo, no.
Se requiere en primer lugar que el Estado recupere el control de todo el territorio nacional sin excepciones, de manera que se pueda cumplir o hacer cumplir la ley, algo elemental que ahora no sucede. La amarga experiencia vivida por el reportero de La Crónica de Hoy que acudió a una de estas poblaciones a indagar sobre la forma en la que viven la familias huachicoleras, que fue golpeado, amenazado y secuestrado por uno de estas bandas, pone al descubierto la descomposición del tejido social y la falta absoluta de autoridad.
La frase de que “Aquí nosotros mandamos”, desnuda una situación inadmisible. El reportero Blancas vivió para contarlo, para denunciarlo, para provocar una reacción de las autoridades federal, estatal y municipal aletargadas, omisas, corresponsables.
El arte de elegir rivales
Elegir rivales es requisito ineludible para cualquier político que aspire al éxito. Una acertada elección de adversarios les puede dar tela de dónde cortar para discursos, chistes, spots, durante años. Si la elección del enemigo coincide con el imaginario colectivo puede llegarse a cualquier extremo, incluso el de aniquilar al señalado con la complacencia y los vítores del populacho. Ejemplos históricos sobran. López Obrador es buenísimo para elegir rivales, para ensañarse con ellos y extraerles hasta la última gota propagandística. Conforme ha ido acumulando poder hasta convertirse en el jefe del Estado mexicano ha tenido que hacer ajustes. Ya no puede pelear con el gobierno ni con el Estado porque él es el Jefe del Estado. No puede atacar al presidente en funciones porque él es Presidente en funciones, aunque en ocasiones parezca que arriba de él hay alguien con un poder mucho mayor al que tiene que vencer.
AMLO ocupa la silla en la punta de la pirámide. De modo que de un tiempo a la fecha su blanco son los presidentes del pasado, digamos desde Miguel de la Madrid, pasando por Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña. A varios los ataca por lo que hicieron durante su administración, pero también, no lo pierda de vista, por lo que hacen fuera de la administración pública. No hay que olvidar que una de sus primeras decisiones fue quitarles la pensión, medida que fue recibida con beneplácito, pero ahora los acusa de conseguir empleos que a él, a AMLO, no le gustan o por sustentar opiniones que no comparte. El Presidente puede tundirles a los expresidentes porque ninguno de ellos representa un movimiento social o una fuerza política con capacidad de respuesta. Se puede ensañar con el único riesgo del pataleo. Es el juego del gato con dos o tres ratoncitos. Lo que llama la atención es que un político que vive en un pleito permanente le pase todas a Donald Trump. AMLO pelea con todos menos con Trump. Ahí sí recula y dice cosas como “Yo respeto”. Ahí la estrategia es otra: evitar a toda costa un desencuentro, AMLO no le entra ahora porque Trump, a diferencia de los expresidentes mexicanos, sí puede responderle.
[email protected]
@soycamachojuan