La gran lección del Tianguis de Acapulco es que los empresarios del sector turismo y el nuevo gobierno de López Obrador tienen la obligación de trabajar juntos. Si hay entre ellos simpatía o antipatía es lo de menos. Lo importante es que el turismo es una actividad económica clave para el país, y para algunos estados, como Guerrero, es la diferencia entre la paz y la convulsión social. No exagero. Una caída en el turismo ocasionaría inestabilidad.
El ascenso al poder del tabasqueño provocó un reacomodo político legítimo. Votaron por él más de 30 millones de ciudadanos, que son muchísimos. Las decisiones que ha tomado AMLO son controvertidas pero legítimas. Tiene las atribuciones. Se están diseñando nuevas reglas del juego. Hay que aprenderlas rápido. El gobierno ya tomó sus decisiones principales y el siguiente paso, muy necesario, es generar certidumbre. Mostrar una ruta de navegación y un puerto de arribo. Ésa es la tarea de Miguel Torruco, secretario de Turismo de la Cuarta Transformación. No digo que sea sencillo, pero tiene que hacerse. Si se presenta la hoja de ruta los demás estarán dispuestos a seguirla. En el turismo se requiere un liderazgo sólido.
Durante el Tianguis en Acapulco el tema de la promoción fue el eje del debate. Con o sin CPTM la promoción se tiene que hacer de manera profesional, intensiva, para lo que se requiere dinero. El Consejo era, según cuenta la leyenda, una sucursal de la Cueva de Ali Babá. Digo que está a nivel de leyenda porque no hay ningún presunto delincuente detenido. Sus malos manejos se mantienen a nivel de cuento de terror, no de averiguación previa. De modo que incluso los empresarios más acaudalados tienen pocos motivos para defender al Consejo. Lo que sí defienden es la promoción.
La discusión se traslada hacia quién pone los recursos. Los empresarios insisten en que el gobierno debe ser el principal aportador, ya sea con un capital semilla o con nuevos impuestos para jugadores de la industria que no los pagan. El gobierno responde diciendo que los empresarios del sector, muchos de ellos con fortunas colosales construidas en nuestro país, tienen que asumir el gasto central. Ésa es la primera parte del problema.
Desde luego, el que ponga más dinero es el que decidirá el destino de los recursos. Los indicadores de número de visitantes van a la baja. Los norteamericanos viajaban más pero vienen menos a México. No podemos perder ese mercado que está sujeto a las diatribas de Trump y a las alertas de viaje por motivos de seguridad.
Durante la ceremonia de inauguración, el presidente López Obrador dijo, como de pasada, algo realmente importante: la seguridad es una forma de promoción. Lo es, sin duda. Las responsabilidades del gobierno federal son la seguridad y los servicios básicos, incluyendo la defensa del medio ambiente. Todo lo demás entra en el ámbito de la comunidad empresarial. Para los empresarios el valor fundamental es la certidumbre. Si saben a qué atenerse están del otro lado. Ya no puede haber más sorpresas.
Los empresarios quieren y pueden seguir haciendo buenos negocios en México. No pueden, aunque quisieran, comprar pleitos y menos con el Estado que por definición es invencible. El gobierno no puede cumplir sus metas de bienestar y empleo sin la participación de los empresarios. Están en ruta de contraer un matrimonio por conveniencia, igual y con el tiempo, con el trato diario, se agarran cariño.
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