La lectura de los diarios desalienta, angustia. La nota roja ha vuelto con banderas desplegadas y se apodera de los espacios principales. Masacres, asesinatos, violaciones, extorsiones, robos, secuestros se publican todos los días para documentar nuestro pesimismo.
La delincuencia organizada, y la desorganizada, han tenido un vertiginoso arranque de año. El cambio de gobierno agravó circunstancias que ya eran muy malas. “Nos dejaron un cochinero” dicen los nuevos funcionarios. Tienen razón, eso heredaron. También es verdad que durante la campaña reiteraron que de ganar las cosas cambiarían en un abrir y cerrar de ojos, con su sola presencia. Nos engañaron. Una vez en el cargo, vieron de cerca a la bestia, y no se han repuesto del susto.
Lo que más preocupa es que no hay un andamiaje institucional confiable que pueda procesar la crisis de seguridad en la que nos sumimos. Están, como estaban, las fuerzas armadas, ahora con su gafete de Guardia Nacional, pero no hay una estrategia diferente que augure resultados en algún momento del sexenio. La Guardia Nacional operará como apagafuegos según se vayan presentando las crisis, como en el caso de Minatitlán. No solucionan el problema de fondo, pero sí logran que por unos días los malandros se queden en sus madrigueras. La Guardia se va y la violencia repunta.
La razón es que el desgarro del tejido social, que detona la violencia, no se compone y ya son cada vez más las personas que piensan que no está tan mal meterse a la delincuencia que ha obtenido un doloroso triunfo cultural. Ha logrado fichar mujeres y hombres cada vez más jóvenes, adolescentes de hecho, que jalan del gatillo a la menor provocación o sin ella.
El gobierno tiene la esperanza de que cuando comience a circular el dinero de los programas de asistencia de la 4T se inhibirá la violencia. Ojalá que sí, pero es muy remoto. La Ciudad de México no está al margen de la ola delictiva. Claudia Sheinbaum pasó de decir que en la ciudad no era necesaria la Guardia Nacional a pedir su presencia permanente en ciertas zonas. En la CDMX el narcomenudeo es el principal generador de violencia. Se veía venir desde hace varios años, pero las autoridades lo dejaron crecer porque tomaron parte de las ganancias ilícitas.
En este espacio escribí en su momento que el narcomenudeo se convertiría en la bestia negra de la Ciudad de México. La profecía se ha cumplido. El narco corrompe a la policía, envicia a los jóvenes y, sobre todo, forja una masa delincuencial que no sólo se dedica al tráfico de drogas, sino que una vez que se salta las trancas de la ley, no regresa, y se dedica al robo en todas sus modalidades, a la extorsión, al secuestro, a la trata de personas, a una amplia gama de actividades delictivas que hoy en día tienen a los chilangos sumergidos en el terror de La Unión de Tepito y la Anti Unión Tepito y otras bandas igual de violentas.
Apunté, y es momento de reiterarlo, que narcotiendas son el giro comercial más exitoso de la Ciudad de México. Según una investigación periodística ya hay más de 20 mil repartidas en todas las delegaciones políticas, más las que se acumulen. El crecimiento desaforado del narcomenudeo tiene de rodillas a los planteles universitarios, que están olvidados. En prepas y el CCH el narcomenudeo opera a sus anchas, sin limitación alguna, con la complacencia o plena complicidad del personal de seguridad de la UNAM que los dejan hacer, los dejan pasar.
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@soycamachojuan