Ha muerto y de ella nada más quedan estas palabras: “… yo creo que el destino de la gente lo tenemos marcado todo el mundo; nacemos para morir y morimos cuando nos llega la hora.”
Cuando la miré por última vez, Sara Montiel había ganado peso y había perdido importancia. Aquella belleza por cuya sonrisa cualquiera perdía el aliento y algunos hasta la cordura, como bien cuenta el novelista Gonzalo Celorio, se pasaba los últimos años en innobles espectáculos de la telebasura española. Chismes, gritoneos majaderos de conductores impresentables hurgando en vidas privadas con afanes de volverse catástrofes públicas. Pero a México había venido a otra cosa.
Meses antes, por casualidad, en una comida en la casa de Tania Libertad, Eulalio González El Piporro, con quien Sara había compartido papeles, me había compartido su creencia. —¿La más bella de todas? Obviamente Sara Montiel. No he visto nunca en mi vida rostro más perfecto, armonía mayor. —¿Ni María Félix? —Ni María, ni nadie.
Algo similar me dijo alguna vez Juan Bustillo Oro de Silvia Pinal. Pero en fin. Sara viene por uno de los pasillos del segundo piso del Hotel María Isabel. Lleva un traje suelto, blanco. Gafas oscuras cuya redondez cubre los fulgores de su mirada. Le veo las manos y los pies, apenas liberados por sandalias de correa. Cada dedo lleva un color distinto en cada uña. Hoy así se pintan todas
. —¿No te gusta? Es como el arco iris. —Se ve raro, Sarita, se ve raro, le digo. Hablamos de naderías y le comento sobre su futuro. ¿Vas a hacer cine? —Pues si a mí ya nada me queda por el cine, dice con una especie de resignada burla. “ Ahora quieren cosas muy feas, imagina la escena, es lo típico. Una señora entra a la cocina, así sin más, de pronto eso se ve en la pantalla; abre la nevera y sin cuento de por medio, nada más, llega un tío y le tira la blusa y ¡saz!, a la tía se le saltan las “domingas”. Y a mostrar los pechos venga o no a cuento. “Y luego, lo demás. Yo no voy a andar enseñando las “domingas” a estas alturas. No hay caso. “¿Es cine eso?, esas son idioteces.
” Cubierta con una pañoleta en la cabeza y los anteojos de sol, no reconocen a Sara Montiel los escasos asistentes a una rara conferencia. Ella llegó a México en 1950 y aquí comenzó una carrera de cine muy notable de la mano de Gonzalo Elvira. “Ese se hizo millonario conmigo”, le dijo alguna vez Sarita a Carlos Landeros, quien le hizo una muy extensa entrevista en la revista Siempre de julio de 1984.
—Ahora cuando venía del aeropuerto pasamos por el Centro Médico, ese grande. Ya yo los hospitales los veo como talleres de hojalatería. Y se ríe feliz de burlarse de sí misma, de las cirugías, de la edad, de las uñas multicolores. Sara Montiel, cuyo rostro afuera del cine Arcadia en la calle Balderas presidía las colas enormes para ver El último cuplé en el lejano México de los tardíos años cincuenta, fue un caso raro de trascendencia cultural durante el franquismo, cuya vigencia se extendió hasta la democratización de los tiempos de Felipe González, a saltos sobre la historia cercana de España. Así lo explicaba ella: “Ha habido un cambio tremendo.
Indiscutiblemente Franco fue un dictador, y aunque me hice en la España franquista, también es cierto que salí de España y me vine a México en el año 50 y permanecí aquí hasta el 56; en España me ahogaba porque veía que aquello no era para mí, no tenía una salida para mis inquietudes. “Quisimos hacer Divinas palabras de Valle Inclán y no se pudo; pensamos en montar otras obras y tampoco se pudo.; entonces comprendí que la actitud dictatorial prevalecía no solamente en el terreno artístico, también en el comportamiento de la vida que tenías que llevar. “Cuando regresé en 1957 para filmar El último cuplé y pegar, pegar, en cuanto se estrenó la película, de ser Sara Montiel a Sarita Montiel, lo sea una chica que estaba empezando, que hacía cine en Hollywood, que había hecho películas en México, todo cambió a las 24 horas de haberse estrenado la cinta:; fue un fenómeno psicológico social. “Fue tan grande el éxito que empecé a pertenecer a cada español: al grande, al medio, al pobre, al humilde, inmediatamente me tomaron como algo suyo, como una especie de bandera; entonces yo seguí trabajando en España, respetando a Franco pero sin darme a Franco, nunca; yo lo respetaba pero él sabía perfectamente que yo no comulgaba con él, primero porque toda mi familia ha sido totalmente de izquierda aun cuando no fuera política.
Durante la época de Franco un tío mío, que sí era político, estuvo encerrado 21 años y a un cuñado mío también lo tuvieron encerrado 20 años en el penal (CL).” Hoy Sara Montiel ha muerto y de ella, además de los discos y las imágenes del cine y los ojos como relámpagos negros, nada más quedan estas palabras: “…yo creo que el destino de la gente lo tenemos marcado todo el mundo; nacemos para morir y morimos cuando nos llega la hora.” Y la hora llegó.