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Los simbólicos cien días



Nadie sabe por qué, quizá por evocaciones napoleónicas, pero los primeros cien días de un gobierno (el de JFK duró apenas mil), son siempre motivo de análisis, información y hasta jolgorio o celebración, porque todas las oportunidades son buenas para encender el sahumerio y llenar la iglesia nacional con los aromas del incienso o de perdida el copal, esa resinosa sustancia cuya humareda permite sacralizar una toma de posesión o pedirle a la Madre Tierra su autorización para desvirgar la selva y penetrar con los rieles del Tren Maya el verdor de la Selva Lacandona.

Y con ese motivo el Jefe del Estado reunió a sus colaboradores, quienes —cada quien a su manera— han imitado esa forma de andar como entre nubes, sin tocar el suelo plebeyo y mirar el horizonte como si estuviera diez metros encima del horizonte, porque ellos son, usted lo ha visto, los elegidos por el destino para transformar por cuarta vez este país, cuyos cambios históricos no lo han mejorado ni siquiera para salir del subdesarrollo durante el medio milenio en el cual apenas alimentamos arañas e hilamos con telarañas.

Tan injustos y contradictorios seguimos, como en el lapso novohispano; desiguales como en tiempos del II Imperio y la Reforma; sofocados por la demagogia populista, como en los peores tiempos de la Revolución cuando se nos volvió gobierno, con montañas de pobres y cimas escasas llenas de ricos, pocos, pero opulentos.

Un retrato nacional inmutable. Pero eso es otro asunto.

El caso es simple, el Presidente los reunió y bajo el sólido paraguas de su autoridad única e incontestable, les hizo una petición o si se quiere les dio una orden: no me metan goles. Pudo haber dicho no suelten la bola en el jardín derecho cuando hay dos outs en la pizarra.

Se refería básicamente a los nombramientos de burócratas impresentables o sometidos a viejos procesos por desvíos o corruptelas, quienes con su mala conducta, presente o pasada, mancillan la limpia túnica de Morena y no merecen estar donde se les ha colocado.

Habló el Presidente de cómo le preguntan en las mañaneras cosas sobre los corruptos (no habló de los incapaces porque no habría terminado) y lo imposible de justificar lo injustificable ni sudar las calenturas ajenas ni pasarse la vida explicando o justificando.

Pero quizá las palabras presidenciales sobre la corrupción (su tema favorito), no incluían algunas horripilantes demostraciones de incompetencia y enredo, como le vinieron encima con los emproblemados “audios” del accidente de Puebla, donde murieron, como se sabe, la gobernadora de Puebla, Érika Alonso y su esposo, Rafael Moreno Valle, entre otras personas.

Todo eso es parte del “subgabinete” llamado SENIL (Sistema Experimental Nacional de Inteligencia Limitada) en el cual se pueden ofrecer explicaciones con valor electivo: lo mismo para un sí o para un no.

Y en ese sentido vale la pena analizar lo dicho por un hombre de impecable dentadura, llamado Carlos Moguel, subsecretario en la SCT (reserva del SENIL), quien nos demuestra la distancia entre la ingeniería y la elocuencia, porque sus explicaciones explican poco y sus ideas chocan unas con otras, como no lo harían los aviones repelentes en el espacio aéreo de Santa Lucía.

Total, para no enredar las cosas: las investigaciones sobre el accidente del helicóptero caído (de cabeza, dijo una locutora de TV, como si testa tuvieran los autogiros y no cabina), van a tardar años y felices días. Lo demás es bisutería.

Y los audios dichosos, de cuya transcripción o escucha nada se advierte como elemento útil para saber los motivos del desastre, salen de la reserva porque en uno de esos goles o autogoles (adujeron razones de Seguridad Nacional), los reporteros le preguntaron a don Andrés Manuel cómo se concilia el ocultamiento de datos por cinco años, con la proclama presidencial por la plena y absoluta, total y radiante trasparencia.

Lo quieran aceptar o no, la leva de incapaces en muchas áreas para gratificar a quienes con su solidaridad le dieron fuerza al movimiento, dejó de lado la capacidad para premiar únicamente la lealtad. Y no siempre los leales sirven para otra cosa como no sea ponerse de tapete o lagotear al líder.

Por eso muchos caminan ufanos, en un suelo de nubes, con los pies un metro detrás de su pecho.

Cien días son muy poco tiempo para hacer juicios definitivos, pero cien días son la punta de la madeja.

 

Twitter: @CardonaRafael
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