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La fiesta del lunes



La tarde triunfal fue sólo eso. El balance y los dichos, una larga repetición, reiterativa para más, de los mismos temas (no puede haber otros), de las conferencias matutinas, llamadas “mañaneras”.”Estas son las mañaneras, que cantaba el rey…”

La celebración de un triunfo en el cual se expusieron las bases del optimismo de quien tiene como marco (o como “arco” de victoria, a la manera de Constantino), escenario, ámbito y ahora domicilio, el palpitante Zócalo de la Ciudad de México, cuya condición eterna de obra inacabada nos define desde lo más simbólico de país siempre a medias.

No fue como algunos dicen, un informe de un gobierno cuya precocidad hace innecesario tal balance, pues no se cumple ni siquiera el plazo constitucional para presentar una evaluación documentada del primer tramo.

No. Fue una exhibición de cómo un partido político en movimiento puede sacudir al país una vez logrado el poder.

Por eso las frases frecuentes, convertidas en los dogmas de Morena, tiñeron el largo discurso de quien indudablemente es el mejor hombre de masas en la historia de México. Nadie ha convencido a tantos de tantas cosas, en el fondo tan simples. Quizá por eso lo ha logrado.

Sus aportaciones recientes a la nueva institucionalidad —la suya y nada más— son herramientas de gobierno al servicio de la operación política, cuya finalidad no es otra sino consolidar un poder para muchos años.

Por eso estas ideas, al mismo tiempo definición y advertencia:

“…Les confieso que mi activismo, mi loca pasión tiene un fundamento racional, aunque no lo piensen así mis adversarios. Considero que entre más rápido consumemos la obra de transformación, más tiempo tendremos para consolidarla y convertirla en hábito democrático, en forma de vida y en forma de gobierno.

“Creo que debemos de trabajar de prisa y con profundidad porque, si desgraciadamente regresara al poder el conservadurismo faccioso y corrupto —toco madera—, ni siquiera en esa circunstancia podrían nuestros adversarios dar marcha atrás a lo establecido y ya logrado en beneficio del pueblo.

“Si forjamos una conciencia colectiva sustentada en el amor, la justicia y la honestidad, nadie podrá revertirla.

“Imaginen si el pueblo les permitiría que la corrupción volviera a ser considerada como delito no grave o que se tolerara de nuevo la condonación de impuestos a los grandes contribuyentes, como se hizo por décadas; o que el gobierno volviera a ser un mero comité al servicio de una pequeña minoría de políticos corruptos y traficantes de influencia, en tanto que la mayoría de los mexicanos se empobreciera y resurgiese la miseria pública.

“Por eso, vamos a apurarnos para establecer las bases de la transformación por nosotros y por los que vienen detrás de nosotros, las nuevas generaciones”.

“Loca pasión”, terquedad, perseverancia infatigable, íntimo compromiso, convicción, manía o megalomanía, como sea, pero el avance de quien quiere empujar hasta voltear hacia arriba la base de la pirámide, es irreversible y por eso se trabaja en dos frentes, como un cuerpo siamés: el partido en el gobierno, es el gobierno y el partido y su jefe son la Nación, la patria siempre en primer lugar y si las cosas siguen igual —o pronto— el reino de la paz, la justicia, la fraternidad y el amor.

“…Nosotros somos auténticos, pacifistas y transformadores al mismo tiempo. En la defensa de las causas de la honestidad, la justicia y la democracia no somos moderados, somos radicales…”

Aquí el frecuente empleo de la forma mayestática de pluralizar la primera persona, implica el acompañamiento de los simpatizantes y militantes. Es una voz de millones, el escudo tumultuario del verbo, si en el caso actual agregamos a los votantes y los beneficiarios de los programas socio-electorales.

Pero la definición tiene pares. Leamos a Mao…

“…pero siempre que… tengamos confianza en las masas, permanezcamos estrechamente unidos a ellas y las conduzcamos hacia adelante, seremos plenamente capaces de franquear cualquier obstáculo y vencer cualquier dificultad. Nuestra fuerza será invencible…”

Pero todo esto no tiene importancia alguna. Analizar, comparar, encontrar similitudes con Mao o con Melchor Ocampo, es lo de menos. Lo notable es la velocidad con la cual se han afianzado, en la mente de millones, los conceptos fundacionales y también operativos de la Cuarta Transformación.

El éxito, hasta ahora, ha sido creer posible la IV-T —como lapso de historia inevitable— y hacer caminar a tantos por el mismo sendero, siguiendo la hipnótica melodía del flautista.

 

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