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Las cosas serias y los bonsái



Mientras el tiempo corre y México se acerca irremediablemente al vencimiento de los 45 días, en la oprobiosa imposición de admitir una certificación de sus acciones fronterizas para contener la “oleada” migratoria centroamericana, dos posturas aparentemente en disputa van tomando cada una su posición.

México insiste —en un desplante de buena voluntad— en realizar cuantiosísimas inversiones en Centroamérica para crear una región de bienestar y prosperidad cuya bonanza haga innecesaria la fuga humana hacia el norte.

Los Estados Unidos, cuya voz es la única válida en todo este desajuste regional, ocasionado en muchos sentidos por ellos mismos, han admitido a regañadientes, participar en la siembra del auge.

El canciller Marcelo Ebrard, ufano de su capacidad persuasiva y habilidad diplomática, ha dicho:

—“Casi los obligamos a cooperar. Sí firmaron (el Plan de Desarrollo Integral de Centroamérica). Eso costó horas de negociación…”

Y uno se pregunta, si la diplomacia mexicana fue capaz de empujar el compromiso de Washington en el ya dicho plan para Centroamérica (cuyo anunció será hecho por el Señor Presidente este jueves), cómo no se le ocurrió de una vez  persuadir al gabacho de todo lo demás y acabar este asunto de una vez por todas, sin permitir la entremetida supervisión de los esfuerzos fronterizos, cuya imposición ha logrado en menos de una semana crear una política migratoria punitiva en manos de un exjefe de la policía (MEC) y un alcaide mayor de las prisiones federales, el ya conocido Francisco Garduño.

El plan, o al menos lo poco conocido de él hasta ahora, es en verdad un sueño de noche veraniega o una tomadura de pelo.

Hacienda, la Hacienda mexicana; es decir, los contribuyentes de este país —usted y yo— pone 2 mil 917 millones, 410 mil 872 pesos, en un fideicomiso de infraestructura para países de Mesoamérica y el Caribe, conocido como “Fondo Yucatán”.

Sin caer en el simplismo de cuántos nos ayudaría a los mexicanos ese volumen de dinero, siquiera para pavimentar las calles o mejorar algunos hospitales, sorprende el destino de ese dinero: sembrar vida.

Bueno, vida, vida no, porque ésa no se puede sembrar, pero así se llaman los frutícolas y carpinteros afanes de convertir la selva Lacandona y ahora los ­cerros de la montañosa república de El Salvador en vergeles, mediante la extensión del programa Sembrando vida, (anteriormente se le iba a dar empleo hasta a 80 mil migrantes), los cuales se resignarán ahora a sembrar papayos y aguacates en El Chilamatal, hoy Ciudad Arce, cerca de San Salvador y otras localidades de la hermana república.

Para eso, el ya dicho jueves, el Señor Presidente recorrerá varios ejidos cerca de Tapachula, acompañado del señor Nayib Bukele, jefe del Ejecutivo salvadoreño, a quien le mostrará el arranque del programa de la siembra vital y la inspección de los viveros y la presentación de las matitas, cuyo desarrollo y crecimiento traerán la prosperidad a Centroamérica o al menos a la tierra de Roque Dalton, aquel enorme poeta salvadoreño quien amargo escribió aquello de:

“…los arrimados, los mendigos, los marihuaneros,

los guanacos hijos de la gran puta,

los que apenitas pudieron regresar,

los que tuvieron un poco más de suerte,

los eternos indocumentados,

los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo,

los primeros en sacar el cuchillo,

los tristes más tristes del mundo…”.

Pero afanes poéticos aparte, el plan parece condenado a los insensibles dictados del implacable tiempo: si en verdad la transformación de las economías del infradesarrollo centroamericano es la solución a las desesperantes marejadas migratorias, no será en estos pocos años del sexenio redentor, no sólo de México sino del vecindario pobre, cuando los árboles den frutos o tablones para carpinteros quienes podrán fabricar quien sabe cuántos millones de sillas, mesas o quizá ataúdes de noble cedro, pino o Guanacaste.

Dice la información preparatoria al anuncio formal del programa (Proceso):

“…El objetivo es homologar el inicio (quizá sincronizar fuera mejor verbo), “Sembrando Vida” en El Salvador, con el anuncio de que a través del “Fondo Yucatán” —unos 162 millones de dólares—, México regalará la mitad de las cajas de árboles frutales (pues serán sus semillas, porque en una caja no caben árboles frutales, ni siquiera bonsái japoneses), y madereros (o maderables), a fin de que el gobierno salvadoreño aporte una cantidad similar (no se sabe si de árboles o cajas)...” ¡Ay!, Dios.

FRASE:

“Un país soberano es aquel que tomas decisiones sin rendirle cuentas a nadie…”: Lorenzo Meyer.

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