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Sobajamientos y “floreritos”



Se le atribuye al naturalista Charles Darwin la clasificación de los magníficos quelonios de las islas Encantadas (Chelonoidis nigra) conocidos como tortugas de las Galápagos, aunque en realidad fue Johann Gottlob Schneider quien años antes observó a estos gigantes acorazados, verdaderos residuos de la maquinaria pesada de la prehistoria animal, quienes con sus gigantescas caparazones de placas curvadas se desplazan con toda la lentitud de su blindaje majestuoso, mientras miran impasibles el paso del tiempo.

Pero no será esta columna ocasión para prolongar el ensayo de Silvia Molina sobre las tortugas, sino aprovechamiento para corregir a los naturalistas de antaño, quienes creyeron ver en las diversas variedades de Galápagos, las conchas más grandes del mundo.

No fue así, la concha más grande de este planeta la tienen los funcionarios del gobierno actual. Ya les puede caer el mundo encima y ellos no sólo lo resisten, sino hasta lo presumen. Cáscara dura; en verdad.

Hace unos días, cuando el Señor Presidente desautorizó de fea manera a la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero y al subsecretario, Ricardo Peralta (mejor conocido como el “no doy una”), por las incursiones en tierras de las autodefensas y sus patrocinadores directos o indirectos, nos hizo a los ciudadanos, varios regalos.

Uno de ellos fue la exhibición —un tanto grotesca—, de cómo se quiere gobernar desde la descoordinación de propósitos, estrategias y hasta estilos. Es como una orquesta en cuyos atriles cada músico toca su propia partitura.

El estrépito rebajaría una obra de Stockhausen a concierto de arpas celestiales, lejos de los ululatos del theremin o los sonidos aleatorios.

Pero la dureza de la concha, rica en queratina y otras sustancias de la química de estos rocosos quelonios, como viejas piedras de otras edades, no es nada junto a quien ha dicho: estoy más fuerte que nunca; todo es obra de mis traviesos adversarios.

Eso es hacer concha.

Pero es un hábito del Señor Presidente exhibir hasta dónde puede apretar a los suyos. No sabemos si presume de la resistencia ajena —requisito y prueba de la fidelidad—, o de la fuerza personal para zangolotearlos y reconvenirlos mientras ellos bajan la cabecita y sonríen agradecidos por la atención  dispensada a sus ocurrencias.

A veces, ni siquiera se les anula post factum; es decir, tras los hechos o dichos. A veces nada más se les manda callar, como sucedió —por ejemplo—el pasado viernes en Villahermosa, durante una conferencia de prensa entre dichosos paisanos.

Vea usted:

Estimulado por una respuesta previa en torno de los funcionarios a los que desautorizó por su fallida estrategia inconsulta (¿?) de dialogar con los violentos, un reportero insistió:

—“…Y preguntarle al secretario Durazo qué información tiene, porque hay muchos señalamientos de que estos grupos con los que se reunió, por ejemplo, en Michoacán, fueron los que vejaron a integrantes del Ejército, o en Tamaulipas que tienen incluso órdenes de aprehensión… si son ‘autodefensas buenas’, como les llaman, o tienen también algún vínculo con el crimen. Sería todo”.

Y el Señor Presidente atajó:

—“…Yo contesto, no hace falta que Alfonso hable…”

Eso es cierto. Nunca hace falta oír a don Alfonso…

El resto ya no tiene importancia. El tema está terminado, como el prestigio de estos señores y señora a quienes no se les toma en cuenta excepto para usarlos —dicen los clásicos—, como fusibles. Cuando la corriente amenaza con el corto circuito es mejor fundir un fusible y no poner en peligro la instalación completa o el motor principal.

Lo único malo es seguir usando fusibles quemados. Tarde o temprano terminarán por ser inútiles hasta como protectores, mientras desarrollan sus encargos entre la mediocridad y la desautorización, lo cual es malo para el equipo de gobierno, cuyo capitán siempre quiso un gabinete como el de Juárez, de gigantes.

Pues estos colosos están bien chaparros.

Para ellos no existe la palabra renuncia, como sí la hubo en otros casos notables de dignidad personal: Germán Martínez y Carlos Urzúa, por citarlos en orden de “desaparición”, como dirían en el teatro.

GÉNERO. Ya hay organizaciones feministas quejosas.

¿Cómo pudo ser tan dispareja la cosa: el señor Duncan Maiyo hizo dos horas y 12 minutos en su carrera de maratón y la señora Vivian Kiplagat; dos horas Y 33 minutos.

Es culpa del machismo, el patriarcado capitalista y la disparidad de género, dicen con un bote de aerosol en la mano.

SENADO. También en el Senado hubo oposición al diálogo con las autodefensas. Provino de la aguerrida guerrerense conocida como Dora, La secuestradora.

Twitter: @CardonaRafael
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