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La mitología del 8 de julio



Quizá alguien vea en estas líneas una provocación innecesaria, pero cada quien puede creer cuanto le venga en gana.               

Yo solamente comento las efemérides desde mi punto de vista y con el mínimo derecho de haber sido pretexto para convocar a la asamblea cuya “indiada” nos echó del periódico. O nos hizo renunciar, como en mi caso.

Desde entonces —con justicia o sin ella—, el 8 de julio (día del “golpe” de Echeverría contra la dirección  de Julio Scherer en el antiguo diario Excélsior) es a los medios de comunicación tanto como el 2 de octubre de 1968 para las manifestaciones callejeras. Recordatorio y talismán.

—Va de retro, represión.

—¿Un parteaguas, como dice la famosa y célebre sentencia del lugar común? Quizá, pero a mí me parece una fecha importante, no una ocasión fundacional. El periodismo nacional no se inventó ese día. Y el mal periodismo amparado por la militancia en las buenas causas, tampoco.

Hoy, cuando se han cumplido recientemente los 40 años de aquellos sucesos, muchos de los protagonistas han muerto. Sólo queda entre los importantes Luis Echeverría, cuya senil condición de seguro ya no le permite ni recordar el cómo y el por qué de aquellas decisiones, cuyo origen —así me lo parece— fue una disputa personal llevada a los terrenos de la soberbia profesional en la cual cada quien tomó las armas a su disposición: Scherer, el periódico y Echeverría el poder presidencial.

Obviamente en lo inmediato ganó el segundo, pero el precio fue demasiado alto. El berrinche de Echeverría, quien había subsidiado al deficitario periódico cuando los empresarios encabezados por Juan Sánchez Navarro (paradójicamente íntimo de Scherer) le retiraron toda la publicidad comercial y con el sabotaje por apoyar las postoras “anti-empresariales” y populistas del régimen, lo empujaron a buscar fondos en las únicas arcas disponibles: las del gobierno.

Echeverría activó la mano munificente y salvó a Excelsior  del boicot. El periódico no se lo agradeció, sino por el contrario (y para probar su autonomía no comprometida por el servicio financiero), acrecentó su tono crítico (en términos hoy superficiales, si se les compara con  la ferocidad actual contra cualquier poder, incluido el presidencial).

Por fortuna muchas de estas cosas las publiqué cuando Julio vivía. Otras se las dije de viva voz. Terminamos en plena concordia después de no dirigirnos la palabra por 20 años. Y si en algo miento o yerro, ahí están sus “huérfanos” y sus viudas.

Ahora quienes supieron todas estas historias de oídas o de leídas (a veces las leyendas escritas superan en superficialidad a las mitologías de boca a boca), escriben páginas y páginas. Ya no hay incienso en el mercado.

—¿Han cambiado los medios de comunicación del 8 de julio a esta fecha? Obviamente, como ha cambiado todo el país. Los medios han cambiado desde el 8 de julio de 1976, pero no por el 8 de julio. Al menos no como gran generador. Mucho menos como único factor.

Se ha insistido en la condición comadrona del golpe en el origen de Unomásuno y La Jornada, lo cual es absolutamente impropio e inexacto.

Unomásuno fue producto de la inteligencia de Manuel Becerra Acosta (subdirector de Excélsior e hijo de otro director de Excélsior, periodista de tradición), quien comprendió la necesidad nacional de ofrecerle una voz política al México de la reforma política y no lo quiso hacer como subordinado de Scherer. Por eso el periódico nace con el respaldo de Jesús Reyes Heroles; por eso su primer encabezado es una declaración de Rodolfo González Guevara, subsecretario de Gobernación, explicando la necesidad y la hondura de aquellos cambios incluyentes bajo los cuales se hallan las raíces del neosistema, incluida la entonces lejana e impensable alternancia.

La Jornada proviene de un desgajamiento del grupo secundario (por su incorporación, no por su importancia, conste) de Unomásuno, pero esa es una historia aparte.

Hoy veo con cierta incredulidad cómo han construido una imagen distorsionada de Julio Scherer.

Siendo, como fue, un periodista cuya calidad y méritos profesionales no tienen discusión, lo han llenado de virtudes muy ajenas a su profesión y a su condición. También distantes del ejercicio cotidiano de su administración, el cual muchos de los panegiristas no tuvieron ocasión de conocer.

Sin embargo, la mitología es eso. Un compendio de voces agrupadas en un sentido exultante cuyas exageraciones no son pocas. Para acabar, cuento esta anécdota mitológica.

Cuando Scherer publicó su libro La terca memoria, se organizó, por razones editoriales, una mesa redonda en la Casa Lamm (lástima, no tiene Cine Club) para comentar el texto. Presidió la analítica asamblea Miguel Ángel Granados. Scherer no acudió.

Como ponentes estuvieron Anabel Hernández, Lydia Cacho y Carmen Aristegui. Ninguna de ellas trabajó en el Excélsior de Julio. No tienen edad.

Cuando el concurso de elogios ya llegaba a tonos insuperables, Lydia dijo:

—“Julio Scherer es el ¡Dios! del periodismo mexicano”.

A fin de cuentas los ateos también necesitan a Dios.

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