El espectáculo de la segunda comparecencia de los aspirantes a ingresar a la Comisión Reguladora de Energía ha sido abrumadoramente grotesco, no solo por su inutilidad, pues de entre esos impreparados saldrán los futuros comisionados, sino por la ridícula condición a la cual fueron confinados los senadores, cuyo único desquite ha sido la exhibición y el escarnio de los ignorantes.
Su trabajo de analizar trayectorias y conocimientos ha servido para untarlo en el camembert. La decisión está tomada y el atajo legal (la “chicanada”), ha sido puesta en práctica de manera inevitable, con befa incluida.
Obviamente quien creó el mecanismo de criba senatorial de las ternas, nunca imaginó la trampa legal de presentar dos veces la misma selección rechazada en la primera ronda, en pos de un segundo fracaso, para dar —de cualquier forma—, paso a la designación directa; esa sí, incontestable.
Las leyes se hacen pensando en su cumplimiento, no en el frecuente atajo “huizachero”. Pero hay quien hace de la maniobra un estilo de gobierno. De acuerdo con las crónicas periodísticas, los aspirantes a la dicha comisión se quejaron de cómo los interrogaron en la sesión primera y hasta lamentaron con sonoros rebuznos, las orejas de burro con las cuales Xóchitl Gálvez los exhibió tras la primera comparecencia.
Le reclamaron haberlos expuesto al ludibrio (docta palabra sinónimo de escarnio), a lo cual Xóchitl remató a gol casi con una linda chilena digna de Hugo Sánchez: yo no los exhibí, se exhibieron solos.
Pero si Jorge Amaya mostró lo delgado de su piel y les trasladó su ridículo a sus hijos y su familia, quienes se sintieron lastimados por las preguntas (y seguramente orgullosos por las respuestas), quien se llevó la tarde gracias a su indignada actitud fue doña Nora Leticia Campos, cubierta con el sayo de la vanidad herida.
Edmundo Sánchez presentó un documento y se rehusó a proseguir con el interrogatorio, porque no le gusta perder el tiempo, en lo cual fue secundado por los senadores a quienes dejó, no sin antes, como Santa
Teresa, sacudirse hasta el polvo de las sandalias y marcharse con gentil compás de pies.
Pero si se quería una aportación insuperable al humorismo involuntario, la secretaria de Energía, Rocío Nahle, hizo una declaración sensacional. Se refirió a las capacidades de algunos de los propuestos y dijo (de veras): “son personas que saben desde que se produce la molécula, cómo se transporta y hasta su último destino”.
Conocer cómo se produce la molécula, cómo se transporta y llega a su último destino, es algo más allá de la ciencia: es casi poesía.
“Eso es lo que nos interesa porque para eso es la Comisión Reguladora de Energía”, dijo la funcionaria tras reunirse con el Presidente.
Quienes han leído la ley de la dicha comisión saben sus atribuciones. Por ejemplo:
“El suministro y venta de energía eléctrica a los usuarios del servicio público; la generación, exportación e importación de energía eléctrica, que realicen los particulares; la adquisición de energía eléctrica que se destine al servicio público; las ventas de primera mano de gas natural y gas licuado de petróleo; el transporte y el almacenamiento de gas natural” y muchas otras cosas más, ahora imposibles de enumerar en este reducido espacio.
Pero en ninguna parte del documento legal se le atribuyen capacidades o atribuciones para producir, transportar y llevar moléculas (¿moléculas de qué?) a su destino.
En las condiciones ya vistas, quizá ni la propia secretaria de Energía habría superado un examen, ni se trata de convertir a los senadores en sinodales, pues entre ellos mismos hay algunos verdaderamente impresentables, cuya mayor muestra de talento es comparar a las mujeres con hembras de burra o puerca. Me libre el Señor.
Y así, cuando ya el niño se ha ahogado en el pozo celebratorio de la improvisación y la manifiesta ignorancia, aparece un señor senador (MC) muy indignado (Samuel García), quien propone modificar los reglamentos para impedir este juego de candidatos reciclados porque en el fondo traiciona el espíritu de la ley.
¡Ah!, pero conoce el destino de la molécula, la cual es —como todos sabemos— “un conjunto de átomos, unidos mediante enlaces químicos, y que constituye la mínima cantidad de una sustancia que conserva todas sus propiedades químicas”.
Así pues la CRE de la Cuarta Transformación tendrá como finalidad mantener unidos los átomos de ese conjunto, mediante enlaces químicos capaces de conservar sus propiedades.