Todos comprendemos lo difícil de capturar a estos bandoleros profesionales cuya capacidad corruptora les ofrece y dispensa protección en los estamentos intermedios, medianos y en algunos casos hasta superiores de la fuerza pública.
Muy poderosos deben ser los narcotraficantes o delincuentes de la alta escala y mayor peligrosidad cuya sevicia diezma a México; contamina a las policías, perturba la paz y emponzoña la vida; “incorpora a los muertos” y pone en ridículo al Estado aun en los momentos estelares de la obra protectora de las Fuerzas Armadas.
Todos comprendemos lo difícil de capturar a estos bandoleros profesionales cuya capacidad corruptora les ofrece y dispensa protección en los estamentos intermedios, medianos y en algunos casos hasta superiores de la fuerza pública, pero cuando ya no se les puede tener quietos ni siquiera después de muertos, resulta no sólo inadmisible sino vergonzosamente hilarante. —Con la novedad jefe, debe haber dicho alguien, que el muerto se nos escapó. —¿Cómo que se les escapó, desde cuando los muertos caminan? —Bueno, jefe, la verdad es que se lo llevaron; lo secuestraron, lo “levantaron”.
Pero más allá de la comicidad y el ridículo involuntario, el asunto de Heriberto Lazcano, El Lazca, no debería ser tomado ni a la chunga ni a la ligera. De acuerdo con los registros tanto de las autoridades mexicanas como de la Agencia Contra las Drogas de los Estados Unidos (de donde proviene toda fuente de legitimidad para las autoridades mexicanas, según parece) el difunto ambulante era sumamente peligroso. No por sí mismo y su ridícula estatura de un metro sesenta centímetros o su capacidad para aumentar de tamaño hasta el 1.73; no, sino por la fuerza de la organización de la cual era capo. No era, obviamente, la única cabeza, pero era uno de los principales.
La muerte de El Lazca no debería importarnos tanto como la evasión de su cadáver. No por la profanación o algo semejante sino por la evidencia de cómo absolutamente todos los tramos de la actividad nacional están supervisados, vigilados, espiados y en algunos casos controlados por las fuerzas del crimen organizado, las cuales superan a las fuerzas estatales. Si en este momento pudiéramos reunir todos los libros de distinta calidad, origen e intención publicados en los años recientes sobre los narcotraficantes, sus pugnas, métodos, historia, formas de operación y demás temas, llegaríamos a una conclusión: estamos llenos de criminólogos, con especialidad en “Zetología”.
Si le hacemos caso a los libreros, estantes y anaqueles repletos de tomos y tomos, las fuerzas delictivas son tan resistentes como para soportar páginas y páginas donde se revelan sus secretos, su organización, su composición sus pugnas y en general sus asuntos y tan fuertes como para no sufrir ni un solo rasguño a pesar del manejo de tanta y tanta información. Y en estos temas información e inteligencia, son sinónimos.
Pues bien, a pesar de ese aluvión comunicacional, es hora tardía en la cual el gobierno no entiende ni aprende siquiera cómo se hace un boletín de prensa: Veamos: “8 de octubre de 2012.—La Secretaría de Marina-Armada de México informa que el día de ayer, durante una agresión con granadas y armas de fuego contra personal naval, fueron abatidos dos presuntos delincuentes. Posteriormente, se supo que existen fuertes indicios de que uno de ellos corresponde al cuerpo de Heriberto Lazcano Lazcano (a) El Lazca, líder principal de la Organización Delictiva de Los Zetas”. Más allá de las vaguedades gramaticales en las cuales “…existen fuertes indicios de que uno de ellos (de los dos presuntos delincuentes) corresponde al cuerpo de…”, la información incumple con uno de los principales requisitos de todo comunicado oficial: la certeza, la contundencia, la precisión informativa. —¿No había confirmación más allá de toda duda de la identidad de los muertos?
Pues era tan sencillo como esperar a tenerla. Pero informar cuando sólo “existen fuertes indicios” es una prueba del innecesario apresuramiento. Es la necesidad de apantallar desde el principio. Un viejo recurso de la “publicidad preventiva”, método para causar intriga y aumentar la curiosidad por un producto antes de salir al mercado.
Pero en fin, los fuertes indicios (concedamos) se convirtieron en una verdad total. El cuerpo del primer boletín correspondía a la mañana siguiente al difunto del segundo boletín: “9 de octubre de 2012.—En alcance (¿?) al comunicado 196/12 emitido por esta institución el día de ayer, donde se informa el abatimiento de dos presuntos miembros de la delincuencia organizada, la Secretaría de Marina informa (sobre) los indicios que señalan que uno de los cuerpos pertenece a Heriberto Lazcano Lazcano (a) El Lazca, líder fundador de la Organización Delictiva de Los Zetas. “Al realizar una búsqueda en las bases de datos dactilares de las huellas de los dedos pulgar, índice y medio, tomadas de la mano derecha de uno de los criminales abatidos, se obtuvieron los siguientes datos demográficos (¿?)”:
Uno no comprende a veces cómo lo signaléctico se convierte en lo demográfico y cuándo la demografía dejó de ser la ciencia cuya materia de estudio es la población, con otra cuyo dominio es la identificación y clasificación de las personas; pero en fin. Tampoco se comprende cómo se escribe un comunicado con “…el alcance de” y no en relación con otro previo, pero vaya. Esas son cosas de la Academia de la Lengua, cuyo domicilio no está en Antón Lizardo. Pero eso sería lo de menos, a fin de cuentas. Lo grave es echar a perder el éxito de matar al capo. —¿Y dónde quedó el cadáver? ¿Cómo se les pudo perder? —No se nos perdió, jefe, se lo volaron…
Rafael Cardona