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La justicia, ese laberinto cruel



Para comenzar: no creo en la inocencia de Rosario Robles. Tampoco en la culpabilidad sin pruebas, hasta ahora, con base en las acusaciones, las inferencias y las deducciones. Pero tampoco creo en la justicia. Menos en la justicia infectada por la política.

Hoy, cuando la exsecretaria de Desarrollo Social y ex de otros muchos cargos, está acusada por una futesa, comparada con el volumen de las transacciones denunciadas en ese complejo entramado de transferencias, contratos, simulación y apariencias en el cual se mezclaron secretarías de Estado, gobiernos estatales, bancos y universidades públicas, recuerdo una de las frases de Franz Kafka en El Proceso, novela magistral en cuyo planteamiento se mira al hombre empequeñecido y triturado por la burocracia.

“…La sentencia no se pronuncia de una vez, el procedimiento se va convirtiendo lentamente en sentencia…”

Aquí se puede colocar el concepto “debido proceso”, en lugar de “procedimiento” y las cosas quedan iguales. Los saltos de una garantía procesal inducen y anticipan una sentencia y declaran, sin respeto a las demás etapas de un ­desahogo de pruebas y consideraciones, una condena cuyo contenido no puede ser desfavorable al clima nacional de combate a la corrupción.

Hoy los actores de este drama tienen cada uno un dilema por delante. Rosario y sus abogados deben remar contra la corriente. Resultará tan difícil como remar las cataratas del Niágara hacia arriba.

Por la otra parte, el fiscal, cuya independencia es algo nominal, pues marcha siempre acorde con los dictados del gobierno al cual debe su origen, dispone de menos de dos meses para convertir este arraigo, ahora llamado vinculación oficiosa a proceso, en una sólida acusación por delitos de mayor peso y gravedad.

Dentro de todo hay un dato casi siempre omitido en los análisis recientes: la relación de parentesco (Reforma) del juez Felipe de Jesús Delgadillo Padierna, quien por decir lo menos saltó las trancas de la prisión preventiva oficiosa en perjuicio de Robles, y la señora Dolores Padierna, en un tiempo aliada y después enemiga acérrima de la procesada, por razones tan conocidas como para hacer inútil su recordación.

Pero ese parentesco habría bastado en aras de la limpieza, para excusar al juez Delgadillo.

Sin embargo, esas mismas razones han generado un pantano de odios, de arriba a abajo, en los cuales hoy se hunde Rosario Robles de manera, creo yo, irremediable, porque con justicia o sin ella, no podría la IV-T entregarle al respetable el minúsculo espectáculo de una mujer presa sólo por dos meses, cuando día con día se abultan las cantidades de la magistral estafa, cuya comisión salpica a todos los amigos y colaboradores de Enrique Peña Nieto, se llamen Luis Miranda, Miguel Ángel Osorio o José Antonio Meade. Y eso por no citar a otra docena, de Pemex al Banco de Obras.

Resultaría ridículo si el empeño histórico del Señor Presidente, de acabar con la corrupción se limitara a este episodio. Por eso toman sentido el atropello procesal y la velocidad como las investigaciones se acumulan, precisamente en los momentos previos al primer informe del gobierno.

Cuando Rosario Robles termine estos sesenta días, ya habrán acabado los fastos de la apertura de sesiones del Congreso. Los címbalos y los atabales se habrán fatigado de acompañar las loas del primer tramo (aunque se cumpla en diciembre).

La lucha vertebral contra la corrupción se podría presentar nada más con las dudosas cifras del huachicol y el señor Lozoya aún prófugo por Germania. Pocos resultados para tan recurrente credo: acabar con la corrupción.

Estaremos en el mes de octubre.

El tiempo para entregar el presupuesto estará ya muy limitado, casi tanto como los ingresos. Los recortes seguirán haciendo el impacto de estos meses previos; o sea, la inconformidad y la insuficiencia.

Si no hay dinero deberá haber, al menos, satisfacción ideológica, en tanto la lucha contra la corrupción es quizá la única ideología del régimen. No le conviene al gobierno llegar a su primer cumpleaños con las manos vacías, ni regresar de la cacería mayor con apenas dos iguanas.

La cabeza de Rosario,como en su tiempo la de Juan, “El Bautista”, le será entregada al populacho sobre una bandeja de plata. Con justicia o sin ella.

Si Elba Esther Gordillo sirviera como ejemplo paralelo a este caso, su encarcelamiento no retiró los obstáculos para la reforma educativa. Así, la prisión de Rosario no terminará con la corrupción, ni siquiera de los frutos, cosechados tras la siembra del sexenio anterior.

 

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