Uno quisiera, a veces, darle a los asuntos públicos la seriedad inherente a su trascendencia; pero en ocasiones la realidad nos empuja por el camino del mejor humorismo, el involuntario.
Porque fobias o filias a aparte, diga usted si esto no es para desternillarse:
“…Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, confirmó que el representante de Juan Gabriel se acercó a él para entregarle una carta y decirle que el Divo de Juárez está vivo. Sin embargo, su gobierno no tiene elementos, aunque AMLO agregó que Juanga “esté vivo o esté muerto, es amor eterno”.
“Acerca de este tema de Juan Gabriel, no lo evado, no lo trato porque es una persona, esté vivo, esté muerto, extraordinario, un gran artista, es amor eterno”.
“Recordó que cuando fue jefe de Gobierno del Distrito Federal, Juan Gabriel cantó en el Zócalo hasta las 6 de la mañana.
“ ‘Un gran artista, un liberal, con conciencia social, una extraordinaria persona… Sí se acercó una persona a decirme de que puede estar vivo, pero no hay elementos, no vamos a dar como hecho nada, es una persona que vive por sus canciones por su talento, una persona libre, patriota, muy defensor del pueblo de México’, dijo López Obrador”.
En este sentido también cabría recordar cuando Juan Gabriel cantó en el Zócalo, el otro Zócalo, para sumarse a la campaña de Francisco Labastida y gritar aquello de “ni Temo, ni Chente…”
Más allá de la confirmación mortuoria del deceso de Aguilera, lo más extravagante es esa costumbre de los políticos de revestirse con la piel del difunto, sobre todo si es un difunto célebre.
Cuando murió María Félix (abril de 2002), Vicente Fox se apresuró a elogiar sus aportaciones a la democracia y su imaginaria colaboración para dar el paso decisivo de la alternancia. Casualmente Fox habló después de montar una guardia en Bellas Artes, junto con Andrés Manuel López Obrador quien era el jefe de gobierno del entonces DF.
Tan fantasiosa como su vocación democrático-alternativa de entonces, es el elogio de AMLO hacia Juan Gabriel de quien no se conocen obras relacionadas ni con el liberalismo ni tampoco la notoria conciencia social, signifique esa idea cuanto se quiera hacerla significar.
Y en cuanto a si fue una extraordinaria persona; muchas son las opiniones en torno de su verdadera naturaleza.
Mi última reunión con Juan Gabriel, fue propiciada durante un multitudinario concierto por el patrocinador de esa gigantesca asamblea musical en Ciudad Juárez: el exgobernador César Duarte quien lo había contratado para probar cómo en la antigua ciudad de la violencia, 300 mil personas se podían reunir sin un solo vidrio roto, como dijo otro clásico.
Pero ésos fueron otros tiempos, En este reciente fin de semana siguió la cosecha de cadáveres en Chihuahua, más de 15 personas asesinadas. Pero ésa es otra paella.
Yo guardo para mí y el álbum ideológico del sexenio esta frase del presidente:
“… esté vivo o esté muerto, es amor eterno”.
PREMIO
A quien deberían darle un premio de administración pública es al maestro (o doctor, pues ya no sé cuántos diplomas acumula), Andrés Lajous Loaeza, pues ha logrado el más espeso de los champurrados jamás servidos en la mesa de la burocracia mexicana.
Su sistema para sustituir las “fotomultas”, impugnadas por imprecisas y a veces fantasmales, con la finalidad de meterle la mano fiscal al bolsillo ciudadano y financiar los despilfarros del gobierno, ahora las llama “fotocívicas” (tanta creatividad debe haber consumido miles de neuronas).
Si antes el programa era “recaudatorio” hoy propone un sistema de “trabajos forzados” (cívicos o comunitarios les dicen) y un sistema de reeducación al estilo maoísta. Cursos en línea, cursos presenciales y posteriores trabajos forzosos si el infractor reincide y merma puntos en las placas de un automóvil cuando ni siquiera se puede probar quien lo iba manejando.
Hay personas cuya iniciativa resulta altamente peligrosa. Nada los supera.
En este caso todo proviene de un afán de generar novedades para justificar el arribo y abatir la estructura anterior. Se trata, siempre, de inventar el hilo negro, de cambiar por cambiar, de torcer los argumentos, de violentar cosas tan simples como un reglamento de tránsito cuya redacción se cambia año con año, pues si hoy se pone un límite de velocidad —por ejemplo— de 80 kilómetros por hora; mañana se cambia por otro de 50 y luego se regresa al de 40.
—¿Por qué? Nadie lo explica porque nadie lo sabe. Ni ellos. Son ocurrencias de hípster con cargo nuevo.