Comencemos por leer el texto del II informe presidencial de Don Andrés Manuel López Obrador, nuestro Señor Presidente y luego visitemos el diccionario.
“…He mantenido y seguiré manteniendo una relación institucional con las autoridades emanadas de otros partidos. Las y los gobernadores, y presidentes municipales de cualquier signo político encuentran en el Ejecutivo federal respeto y trato equitativo.
“Hemos cumplido nuestra promesa de impulsar la verdadera independencia de las instituciones de justicia. La Fiscalía General de la República y el Poder Judicial de la Federación actúan con absoluta autonomía y se acabó aquello de que todo lo ordenaba el presidente porque el Ejecutivo era el poder de los poderes.
“Miren cómo han cambiado las cosas. Invité al fiscal general de la República y al presidente de la Suprema Corte de Justicia y no pudieron asistir. En otros tiempos eso no pasaba, porque ellos tienen la arrogancia de sentirse libres. Este es el cambio, esta es la transformación…”
Ahora el tumba burros:
Arrogar.
Del lat. arrogãre.
1. tr. p. us. Atribuir, adjudicar.
2. prnl. Apropiarse indebida o exageradamente de cosas inmateriales, como facultades, derechos u honores.
Arrogancia.
Del Lat- arrogantia
1. f. Cualidad de arrogante.
Arrogante.
De arrogar y -nte; lat. arrõgans, -antis.
1. adj. Altanero, soberbio.
2. adj. Valiente, alentado, brioso.
3. adj. Gallardo, airoso”.
He marcado con negritas la frase presidencial sobre la arrogancia y la libertad, porque son dos condiciones de imposible combinación. La libertad es el principal de los Derechos Humanos, después de la vida misma.
Nadie puede considerar su ejercicio como una arrogancia en el sentido literal de “apropiarse indebida o exageradamente de cosas inmateriales, como facultades, derechos u honores”... como dice el lexicón.
Pero este caso tiene un antecedente. En horas previas a la emisión del mensaje (no del informe, pues ese viajó ayer en cajas de cartón de Bucareli a San Lázaro), el Señor Presidente deslizó información sobre el mínimo quórum generado por la pandemia.
“…se está invitando al fiscal, se invita al presidente de la Suprema Corte de Justicia y el gabinete, nada más…” dijo, como quien prepara el terreno.
Y en la lectura del documento, las ausencias, pactadas o no, de Arturo Zaldívar, presidente de la Suprema Corte de Justicia y Alejandro Gertz, Fiscal General de la República, fueron el anillo en el dedo de la oratoria transformadora: tan distintas son hoy las cosas (como si distinto fuera sinónimo de excelente), como para celebrar la arrogante conducta de quien son libres de rechazar una invitación para algo importante.
“…no pudieron asistir”; dijo el primer servidor del pueblo.
Sin ahondar más en el caso (ya los interesados buscarán la forma de ofrecer explicaciones suficientes para no quedar mal ni hacer quedar mal a nadie), ese detalle, como decimos los reporteros, “fue la nota”.
Lo demás no conoció siquiera la sombra de la novedad o el interés. Asuntos municipales, como colecciones en el Fondo de Cultura Económica (eso ha hecho siempre el fondo, ¿cuál es la hazaña?); bailes de carnaval con las estadísticas, cifras por aquí y por allá y a fin de cuentas nada para escribir a casa, como decían los cronistas taurinos de antaño tras una tarde aburrida.
Sin la calificación de los hombres ya mencionados y cuyos nombres no se necesita repetir, no habría habido nada novedoso siquiera. Ya no digamos trascendente.
A partir de hoy, por definición presidencial, Gertz y Zaldívar son “altaneros, soberbios, valientes, alentados, briosos, gallardos, airosos” y todos esos adjetivos de elogio viril y varonil con los cuales los define la Real Academia Española de la Lengua de cuyo lexicón he sacado las definiciones arriba expuestas, no por devoción a la vetusta y monárquica institución, sino porque no tengo otro diccionario a la mano.
La oportunidad de mostrar distinción de las cosas pretéritas, no importa cuáles, parece ser uno de los mejores recursos presidenciales ante cualquier circunstancia. Basta y sobra decir, ya no es como antes, para justificar cualquier asunto, cualquier conducta, cualquier acción.
No importa si es para poner a una mujer indígena en la comisión de las víctimas o a una víctima en la CNDH. Todo se justifica con la distinción. Somos distintos, ya no es igual, ya no es como antes, ya no es lo mismo.
Y sí, muchas cosas han cambiado, sí, como pelecha el ave o cambia de piel la serpiente. Pero ni el pájaro deja de ser pájaro, ni logra volar la víbora.
Si el “desdén” no fue algo debidamente preparado, lo pareció.