La historia del Partido Revolucionario Institucional tiene episodios francamente increíbles, pero si el actual proceso de renovación de la dirigencia llega a un final medianamente ordenado, será quizá el más notorio de ellos.
Entre las cosas notables de estos días está la concurrencia de tantos aspirantes a un cargo político sin posibilidades cercanas de éxito.
Dicho de otro modo, nunca se habían visto tantas ofertas para un automóvil descompuesto; sin llantas ni pistones, chocado y puesto sobre cuatro ladrillos.
Pero algo debe tener el agua cuando la bendicen y algo debe haber en el esqueleto ambulante del viejo dinosaurio; enorme osamenta cercana a donde El Chopo tenía la suya, para convertirse en arena de disputa y concurso de matracas.
En otro tiempo nadie hubiera apostado por la resurrección de un partido cuyo secretario general y su candidato a la presidencia habían sido asesinados en un mismo lapso; nadie los hubiera creído capaces de pagar una multa de mil millones de pesos como sucedió con el caso del Pemexgate.
Y sin embargo, la resurrección llegó de la mano del fracaso de dos gobiernos panistas sucesivamente desperdiciados. Los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón, tuvieron una misma línea: la ineptitud, la flagrante incapacidad para entender la política y el ejercicio del poder como algo esencialmente trenzado y reunido.
Lo más notable de Acción Nacional fue su aversión por el gobierno, su incomprensión de la cosa pública, su visión parroquial y temerosa hasta el punto de ceder los espacios de la política a las botas de los militares. Y no sugiero similitudes con el presente. De eso veremos después. En sus mejores momentos hizo negocios, administró con un criterio de trinquete y moche. Eso les permitió gobernar doce años. Primero a tontas y a locas y después en un charco de sangre.
Quizá por ese motivo al PRI le fue relativamente fácil recuperar el poder y el gobierno, pero el primero lo dilapidó y el segundo lo hizo mal. Nunca había sido la oportunidad tan grande y tan desperdiciada.
El presidente Peña, cuyo atractivo lo llevaba por una ruta segura para convertirse en el equivalente generacional al Kennedy mexicano, no terminó asesinado. Se suicidó políticamente.
El PRI —mientras— abandonó todo el sótano social para vivir en el penthouse de la frivolidad triunfalista.
Se despegó de la gente, perdió imaginación y le dejó el espacio al activismo crónico, contestatario, cazador de toda oportunidad, rijoso y pendenciero de un movimiento ahora conocido como Morena, cuyo resentimiento intelectual y rencoroso es —por eso mismo—, oferta irrechazable y —seguramente— perdurable.
Una doctrina según la cual un Policía Federal sin carpa ni colchoneta, es un fifí chillón, no se puede ubicar sino en los terrenos del rencor vengativo y poco constructivo. Pero eso son y por eso se extienden.
Pero dejemos a Morena y veamos el caso de Alejandro Moreno.
Instalado con todas las de la ley en un cargo vistoso a pesar de la pequeñez de Campeche, Alito, producto genuino del PRI, signifique esto cuanto cada quien quiera, ha querido volver al partido.
Ha recorrido toda la escalera interna. Conoce las instalaciones eléctricas, las tuberías y el sistema de desagüe. Quizá su caso sólo tenga semejanza con el de Ivonne Ortega.
Sin embargo aun con ese conocimiento del Partido, no suena lógico dejar un gobierno exitoso, en el estado más seguro del país con un índice de crecimiento similar al de las mejores entidades del centro y norte de México, para embarcarse en una chalupa llena de agujeros.
Pero la lógica y la política no siempre caminan de la mano.
El problema actual del PRI —además de la miseria— es la imposibilidad de ofrecer algo no otorgado ya por Morena. Y ese problema también lo tienen los demás partidos.
¿Cuál puede ser el catálogo de propuestas del PRI?
¿Programas sociales?
Por favor, Morena ya los ha expandido hasta la irresponsabilidad, como en el caso de las deudas del Infonavit o el robo de la energía eléctrica. El gobierno pobrista lo estimula y lo perdona todo. No pague. Sea bienaventurado.
La competencia ha desaparecido en el “sistema de partidos”. Ninguno tiene el dinero suficiente para competir contra un presidente en campaña cuyos fines de semana son oportunidad para arrasar con las autoridades locales a base de acarreos, abucheos y cancelación de obras al capricho de la mano alzada.
Presidir el PRI para pagar la hipoteca parece un negocio muy malo. Pero.