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El divino camino damasquino



Esto no lo dicen los textos sacros, pero se argumenta en folios apócrifos.
 
Volvió Saulo del camino de Damasco y al llegar a su casa todos lo vieron golpeado y malherido. El lampo divino lo había cegado momentáneamente y lo había derribado. La luz del Cristo lo había transformado. Pero de momento ni él alcanzaba a comprender el hecho prodigioso.
 
—“¿Qué te pasó, mi amor?”— le dijo la señora.  
 
—¿Te asaltaron en el Metro?
 
—“Nada, mujer”, dijo él. “Me caí del caballo”.
 
La verdad fue otra, con todo y solípedo.
 
—“Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? “.
 
Pablo miró hacia arriba y preguntó a la radiante figura que le había hablado: 
 
“¿Quién eres, Señor?”.
 
Y la respuesta fue:
 
“Yo soy Jesús, a quien tú persigues”.
 
Pero esa caída produjo en la hagiografía el nacimiento de uno de los apóstoles de la Iglesia, San Pablo, cuya efigie, junto a la de Pedro, decora el anillo cardenalicio con el cual distingue el Vaticano a sus príncipes. Ambos apóstoles de cuerpo entero, como una linda pieza de Giacometti.
 
Desde esa caída y el estruendo de la pregunta celestial; ¿por qué me persigues? hasta su muerte en el calabozo frío y húmedo, de cuya impía condición no lo pudieron salvar ni sus seguidores, San Pablo vivió una vida consagrada a la devoción y la propagación de la fe. Fue la más bella y fructífera de las conversiones.
 
Yo no aspiro a ser como Pablo.
 
Después de haber cursado todos mis estudios en escuelas confesionales de jesuitas, lasallistas y cuanto hay; me gané a pulso el derecho intelectual de mi agnosticismo y mi descreimiento. Hasta ayer, cuando la luz prodigiosa deslumbró mis ojos pecadores y aturdió mis necios oídos.
 
Escuché la voz del Profeta y me convertí al nuevo Evangelio. Sí soy, desde ayer, un converso.
 
Si ante el hambre y el obús; o sea la miseria y la guerra, nos regalaba un higo San Felipe de Jesús, según dijo López (Velarde, no vaya usted a confundirse), ante los efectos posiblemente devastadores de la pandemia (y el pandemonio), el Señor Presidente nos ha regalado estas reflexiones protectoras, por cuyo ensalmo seremos salvos.
 
Y ha exhibido algunas estampitas, una de ellas del Sagrado Corazón de Jesús (“en vos confió”).
 
“…Y ya vamos a estar más tranquilos, estamos tranquilos, pero vamos a estar más tranquilos porque ya vamos a tener hecho todo lo que se va a aplicar en el caso del agravamiento de la crisis; pero les digo, el escudo protector es como el detente, saben lo que es el detente, ¿verdad?
 
“El escudo protector es la honestidad eso es lo que protege, el no permitir la corrupción. Miren, este es el detente. Esto me lo da la gente.
 
¿Es el Sagrado Corazón?
 
—Ya ustedes averígüenlo. Aquí está otro.
 
Miren, es que me dan; entonces, son mis guardaespaldas. Igual, esto es muy común en la gente.
 
“Y tengo otras cosas porque no sólo es catolicismo, también religión evangélica y librepensadores, que me entregan de todo, y todo lo guardo porque no está demás.
 
“Miren, aquí hay otro detente:
 
—‘Detente, enemigo, que el corazón de Jesús está conmigo’.
 
“Pero no hay ni siquiera enemigos, son adversarios, yo no tengo enemigos ni quiero tenerlos. Pero les quiero mostrar algo que le va a dar mucho gusto al señor que me lo dio si lo muestro aquí. 
 
“…Yo creo que no lo traje, no lo tengo, es un trébol”.
 
Con cierto desconsuelo por el olvido del talismán, un trébol de cuatro hojas (fe, esperanza, amor y suerte), —porque de tres simboliza la santísima trinidad, enseñada por San Patricio, en la verde y vieja Eire—, el descreído se marchó a reflexionar a un lado del Sagrario Metropolitano.
 
Un señor le ofreció pomada de mariguana “pa’la riuma”, pero él le dijo: detente. Otro le quiso birlan la pelleja:
 
—Vade retro, le dijo.
 
El día se convirtió de pronto en el alhajero de la luz. Un aire fresco recorría la Plaza del Zócalo y un nuevo sol alumbraba mis pasos.
 
Recordaba a mi abuela, quien me decía mientras con su dedo admonitorio me lanzaba la advertencia: pórtate bien; el Sagrado Corazón te está mirando.
 
Por mucho tiempo creí esa versión cardiológica, sacra y divina de la víscera de Jesús, como si fuera mi “Big brother” individual.
 
Hasta ayer.
 
¡Cuanta dicha ver el camino de la verdad y la vida! Cuaresma y cuarentena.
 
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