Cuando en medio del entusiasmo desbordado del Estadio Azteca, colmado de seguidores devotos, idólatras de la leyenda beatlemaniaca heredada del siglo anterior, Paul Mc Cartney, hizo cantar a miles de mexicanos cómo lo podemos, resolver, cómo somos capaces de solucionar las cosas (¡we can work it out!), estaba —obviamente—, siguiendo un guión de relaciones públicas personales (los famosos siempre asumen como segunda patria el lugar donde trabajan en ese momento), pero también participando de un proyecto gubernamental a favor del rescate de una imagen nacional golpeada por la profusión de exageraciones e información interesada de los especialistas en degradación de imagen, especialmente la dócil prensa de los Estados Unidos.
No todo ha de ser para este país la política de brazos cruzados ante los embates groseros de Donald Trump en su más reciente etapa —por ejemplo— de señalar a México, ante el mundo como el más grande exportador de heroína a su territorio, sin darse cuenta, en el rostro del espejo, como sus millones de adictos convierte a “the beautiful America” en “the junkie America”, cuando se reconoce tácitamente cómo el mayor importador de drogas (y en su territorio, distribuidor con el disimulo del sistema) provenientes de aquí o de Afganistán, Tailandia, Colombia o Badiraguato.
Y esa misma búsqueda de reposicionar la “Marca México”, hace del triunfo de Lewis Hamilton en la Fórmula Uno, el cual se convierte en una victoria local para los organizadores del mejor circuito de automovilismo deportivo del planeta.
Todo suma, hasta la visión escenográfica de escenario de cintas de James Bond, Godzilla o materia de fantasía de ultratumba en la más reciente maravilla de Pixar, “Coco”.
En ese afán intervienen el gobierno federal (el impulso de Enrique de la Madrid ha sido realmente notable) y el gobierno de la ciudad quien ha asumido como una costumbre reciente, pero de alto impacto, los desfiles de calaveras, la conversión del Paseo de la Reforma en galería callejera de calacas intervenidas y policromadas en la monotonía del arte contemporáneo (como se hizo en su momento con vacas y nopales).
La ciudad se muestra infinita e inabarcable. Su diversidad cultural, su desmesurada capacidad industriosa y comercial, su extensísima oferta de servicios de cualquier tipo, su frenesí de insomnio cotidiano, su reciedumbre, su capacidad de resurrección, sus habitantes esquivos o solidarios, según se necesite; sus benefactores y sus gandayas, sus buenas y sus malas autoridades, su policía defectuosa, sus bomberos heroicos, su agua sucia y limpia, sus fuentes, sus manantiales secos, su trajín de puta callejera, su silencio conventual en las capillas, sus iglesias rotas, sus conciertos al aire libre, sus snobs en las galerías de arte, sus señoritos de perro Chihuahua en La Condesa, sus mariguanos en La Merced, su pesimismo ante lo cotidiano y su optimismo ante el excepcional tráfico, sus millones de ¨iPhones” en la noctívaga transmisión de fotografías y mensajes incesantes; sus dolores y sus árboles colmados de pájaros en San Ángel.
La ciudad no duerme y cuando lo llega a hacer, sueña el sueño de todos sus habitantes.
TRASPLANTE
Quizá sea una leyenda, pero en algún año no precisado durante la dinastía Chou, en China (1121-249 a.c.), Pien Ch’iao, intercambió los corazones de dos hombres, gracias al uso de drogas “sobrenaturales”.
Quizá no lo sea pero para esta columna es la noticia más antigua de un trasplante. La más reciente es local, es de esta ciudad, y le toca al notable comunicador y político sinaloense David López quien fue sometido exitosamente a un trasplante hepático cuya recuperación guarda tanta seguridad y velocidad como deseamos sus amigos.
David López, sinaloense de origen y corazón (ese no le ha sido trasplantado sino agrandado para darle espacio al estado de México, donde se avecindó desde hace muchos años), es actualmente diputado federal y se reincorporará a sus labores en San Lázaro en muy procos días.
La intervención fue oportuna y correcta, planificada con rigor durante los últimos once o doce meses.
MAMON@S
Si ya es una “mamonería” (sangronada, pedantería o ignorancia deliberada, como se quiera), dirigirse a los auditorios difusos o a una colectividad como “mexicanas y mexicanos” (personas y “personos”; especialistas y “especialistas”; dentistas y “dentistos”), resulta insufrible cuando esa distinción de género, por encima del agrupamiento permitido por la gramática, se pretende escribir sustituyendo una vocal denotativa de masculino (o) o femenino (a), por el signo de arroba.
La @ es un signo usado en el teclado cibernético para las aplicaciones de correo (originalmente por la pronunciación inglesa “at”; dirigido a).
Y se usa porque no había otro signo disponible en los teclados de las viejas máquinas de escribir, bisabuelas de los teclados de las actuales computadoras personales o de bolsillo, no por que las cosas tengan el peso de una arroba (casi 12 kilogramos). Esa aplicación del signo fue idea de Ray Tomlinson, un gringo.
Pero convertirla en una letra (o en un sucedáneo de letra) es, además de una barbaridad, una payasada de los “bien portados”.
Por cierto, “mamón” es una palabra admitida por la Academia Mexicana de la Lengua con la acepción de antipático.