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La chunga interminable



Linda la palabra chunga. No la conozco más frecuente en otro lenguaje más allá del mexicano. El Diccionario de la Real Academia le confiere varias acepciones entre la fealdad y la burla. Los mexicanos la adobamos con un sentido de irónico desparpajo festivo y crítico.
 
Cuando la broma se pasa de tiempo, cuando se extiende, adquiere la musicalidad de su insistente relajo. Hay cosas pasadas de chunga, como por ejemplo la broma esa de rifar un avión.
 
El paso de la broma a la chunga se dio apenas ayer, durante la conferencia matutina del Señor Presidente, quien como si éste fuera un asunto serio de verdad, nos dijo y nos explicó a todos los mexicanos.
 
Ya si alguien no quiere entender o hace como si no comprendiera, eso rebasa las capacidades de comunicación de nuestro Señor Presidente, quien informa con oportunidad, claridad y veracidad. Lo demás, son oídos necios de personas más necias todavía. Sordos, tercos y conservadores, además:
 
“Miren, vamos a seguir aclarando, vamos a seguir aclarando, vamos a repasar, porque los conservadores están molestísimos, inquietos. Dicen que son ocurrencias pero nosotros no actuamos de esa manera, no es un gobierno de ocurrencias, es resolver un problema, reparar un daño.
 
“¿Qué estamos haciendo? Buscando reparar el daño, que se recupere el dinero, que es del pueblo de México-
 
“…Primero, repito, que se venda. Si hay una empresa, un comprador… Que les comentaba que había dos compradores y uno la semana pasada, cuando hablamos del avión —por eso es bueno el tema— que ya lo íbamos a regresar, mandó una carta, primero asegurando que daba 120 millones de dólares y le aumentó cinco, 125 millones.
 
“El avalúo de la ONU son 130 millones de dólares…”.
 
Por cierto, y como una simple apostilla, uno de los aspirantes para comprar el célebre avión, el señor Gustavo Jiménez Pons, se murió hace unos días. En su caso todo fue una farsa.
 
Sigue la cita:
 
“…Y el punto cinco, punto cinco es la rifa. A ver, ¿por qué la rifa? Porque sería una oportunidad para un mexicano, un trabajador, una gente del pueblo, porque podrían adquirir un billete, un cachito de 500 pesos.
 
“A ver, 500 pesos, estamos hablando de seis millones de números. Con esto se obtendrían tres mil millones de pesos, el avión vale alrededor de dos mil 500, los 130 millones de dólares. No es para presumir, pero ahora el peso está fortachón y son como dos mil 500 millones de pesos, aproximadamente…
 
“Y los otros 500 serían para dejarle al que se beneficie, el que se saque la rifa, el que gane, dos o tres años de servicio garantizado. Se les dejaría con un compromiso de que la Fuerza Aérea le daría el servicio, o sea, su avión más dos años, mínimo, de servicio.
 
“¿En dónde va a estar el avión?
 
“Miren, va a estar en el aeropuerto de la Ciudad de México, en el aeropuerto de Toluca, en el aeropuerto de Santa Lucía.
 
“¿Por qué? Porque los tres aeropuertos son públicos y con la Fuerza Aérea podría garantizarse dónde dejar el avión, que es lo que a la gente más le llamó la atención.
 
“Entonces, la Fuerza Aérea se lo administra, lo renta, si quiere. Es su empresa, es su negocio, recibe su renta. Quiere venderlo, lo puede vender, la única cosa es que no lo remate o venda a un precio menor, eso quedaría establecido, que siempre el avión se tiene que vender a precio de avalúo, eso se quedaría establecido…”.
 
Pues sí. Muy claro. No se trata de ocurrencias. Es un asunto serio, de números, de cálculos, porque si el avión se rifa es porque no se puede vender, entonces quien se lo gane en el sorteo (viene de suerte), lo podrá vender o rentar… cosas hasta ahora imposibles para la administración nacional, pero puestas en bandeja para un trabajador, cuya buena fortuna lo lleva a convertirse en propietario de una línea aérea con un sólo pájaro de acero.
 
SIMULACRO. Cumple la burocracia de la Protección Civil con su encomienda del simulacro y en la pactada alerta de un sismo imaginario todo sale bien. No hay error en la fantasía.
 
Los simulacros, con su relativa utilidad de conocer las salidas de los edificios, no toman en cuenta el verdadero elemento del escape: el pánico. Decir “no corras, no grites, no empujes” y poner flechitas verdes no sirve para nada a la hora de la verdad.
 
Y eso se probó en el segundo ­19-S.
 
 
Twitter: @CardonaRafael
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