Posiblemente ningún escritor de ficción científica (o science fiction, como se llama en inglés), ha logrado un delirio de estas dimensiones: en medio de las convulsiones habituales de los movimientos económicos y políticos de un mundo sobrepoblado, al cual le sobran por lo menos dos mil millones de habitantes, aparece de pronto un virus extraño, transmitido a los humanos por la ingesta de las membranas o la carne maciza de un murciélago en China.
El virus se disemina por el centro de China con una velocidad insólita. El Partido Comunista de la nación económicamente más capitalista del mundo, se alarma y le pone un cerco sanitario a sus ciudades medianas, tan medianas como para sumar en pocos días una cuarentena de setenta millones de personas. El mundo, cuyo temor en los años cincuenta y sesenta era el peligro amarillo, ahora se enfrenta a la amenaza respiratoria producida por un infinitamente pequeño juego de proteínas llamado virus, el cual es en sí mismo una forma de vida sin vida propiamente dicha, indestructible e incurable en términos médicos.
Los medios de interconexión en el mundo digital —en algunos casos hasta de comunicación—, variable jamás contemplada por los narradores de la imaginación científica y cuyo advenimiento ni siquiera supusieron los futurólogos del siglo pasado, tan idiotas todos ellos como para no saber de los ensayos militares precursores de la actual internet, se encargan del resto: la siembra mundial de un pánico indescriptible y en ocasiones incomprensible.
Los casos se multiplican, se extienden, los barcos se quedan surtos en la bahía de Yokohama o en el puerto de Cozumel. El virus se llama COVID-19 o coronavirus y la especie coronada como reina de la creación es arrollada por una ola de miedo cuya expansión y extensión supera al virus.
Los arrogantes hombres, reyes del universo, se arrodillan ignorantes ante una minúscula amenaza invisible. Se cubren la cara y se dispersan. La más notable de sus capacidades, crear sociedades y actuar en grupo, se diluye. Se cierran los estadios, los cines y hasta las casas de putas se ponen en cuarentena con todo y su delatada clientela, exhibida y dispuesta a recibir el castigo de su conducta. Las esposas aguardan afuera del lupanar.
En el césped dejan de correr los balones y los empresarios del turismo posponen todo para otro día.
El presidente de Estados Unidos prohíbe los vuelos desde Europa, y en Italia, como si fuera el ataque de los bárbaros durante el Imperio, todo se suspende, todo se detiene. Ya nadie come pizza en los cines de la avenida Nacional de Roma y los helados de la plaza Navona se derriten bajo el sol y las patas de las moscas.
Pero en ese mar de miedos, precauciones quizá excesivas, rutinas interrumpidas y congestión de los servicios de salud, en un país llamado México no sucede nada extraordinario, sino un incontenible funcionario de la Secretaría de Salud quien habla y habla y habla y sigue hablando con llamados a la calma, a la estadística y a la prudencia.
Ni se extienden los casos de contagiados ni se muere nadie, ni se enferma nadie. Los hospitales siguen tan ruinosos y necesitados como siempre y todo mundo se declara preparado para todo, pero nadie dice qué es todo.
Reuniones de trabajo, juntas y conferencias. Actitudes de vigilancia permanente. Todo bien, todo bajo control.
Alguien encuentra un viejo recorte de prensa de hace muchos años, cuando hubo otra epidemia, la de otro virus, familiar de éste, llamado H1N1 y se cerraron sitios de reunión, restaurantes, comercios, actividades diversas. Alguien se quejó entonces. Hoy es Presidente de México:
“…Tienen una reunión en Los Pinos y de manera apresurada van a la televisión y sueltan de que hay una epidemia... que ya hay 20 muertos desde el primer día y se desata, en los medios de comunicación, una alarma general... infunden miedo y ahí están las consecuencias…
“Tenían que haber hecho primero un plan, una estrategia; la gente que sabe de esto, los especialistas, recomiendan primero cercar los casos, hacer la investigación, a partir de los casos específicos, para saber el tamaño y dimensión del problema y controlarlo, eso lo vinieron haciendo hasta hace cuatro o cinco dias”
“Lo hicieron por torpeza, es el virus de la idiotez... Calderón es muy ineficaz, muy torpe... Calderón no estaba ni para Ministerio Público, lo impusieron como Presidente de México... da pena nuestro país…”
Pero en el mundo el virus dobla la vida cotidiana. No mata, paraliza.
Twitter: @CardonaRafael