Para nadie es materia de discusión el clima de inseguridad en el cual se desarrollan, en los últimos años —no sólo en los últimos meses—, las actividades de los medios de comunicación. Sin tomar en cuenta, por ahora, la paranoia originada por despidos masivos y el cerco económico a las empresas de comunicación, fuente de toda zozobra laboral.
La violencia, cuyo resultado es la terrible cifra de muertos y amenazados, tan sabida como para ni siquiera repetirla, ha obligado a construir programas de protección a periodistas cuyos resultados distan mucho de ser los mejores.
Es más, como en casos recientes, los periodistas con escolta han sido víctimas mortales de las amenazas pretendidamente conjuradas por los guardias de seguridad, tanto como aquellos cuya concesión protectora se terminó o fue por ellos voluntariamente cancelada.
En otros casos, también, periodistas farsantes (en femenino), han logrado quien les haga gratis las compras del supermercado, invocando una falsa fragilidad sobreprotegida por los guardias pagados con los impuestos de todos.
Pero en todo esto hay —además—, una perversa situación: los agravios a periodistas son disimulada o abiertamente atribuidos al gobierno.
Es decir, el régimen manda matar a los periodistas incómodos. Y eso es falso. Lo ha sido desde hace mucho tiempo.
Si el clima nacional es peligroso para los informadores, lo es también para los demás profesionales. No sólo ellos, también para los desempleados, para los campesinos, para lo emigrantes, para las mujeres, para los niños.
No es necesario repetirlo pero tampoco es inútil. Estamos parados sobre una pirámide de 200 mil cadáveres y se siguen acumulando muertos en el zompantle espantoso de un país inseguro, violento e impune, donde se quieren sustituir los balazos por los abrazos, mientras el ensayo de militarizar los cuerpos de seguridad pública, es algo tan lejano como para ni siquiera poder, con certeza, augurar su éxito o su fracaso.
Una muestra de la distorsión en los casos donde se vinculan inseguridad y periodismo, es el intento de robo sufrido por el chofer y guardaespaldas de Héctor de Mauleón en la colonia Condesa.
Si De Mauleón hubiera estado en la mira de un sicario (quizá pudiera estarlo, pero este episodio no lo prueba), su asistencia desprotegida a un restaurante, cercano a la zona donde el chofer aguardaba a la hora del intento de robo, lo habría convertido en el blanco fácil de cualquier gatillero.
No se entiende cómo si se quiere atacar a alguien se actúa a mano armada contra su guardia y no contra él, habida cuenta —insisto—, de su indefensión entre bocado y bocado.
Pero si no se quiere reconocer en este suceso un acto atribuible a la delincuencia común (ni siquiera organizada pues tres pistoleros deberían someter a uno solo, aunque fuera James Bond), es por la rentabilidad política.
Los ataques a periodistas son presentados en el catálogo del buen comportamiento como lesiones al Derecho a la Información, a la Libertad de Opinión y no a la muerte de un ser humano.
Es como si los delincuentes abaten a un carnicero reacio a pagar el derecho de piso y hablamos de ataques al derecho a la alimentación. Y cuando matan a un médico lo adjudicamos a la perversidad de atacar el derecho a la Salud. Y así.
Y en el fondo muchos andan buscando un caso para agregarlo a la lista de los abatidos durante la incipiente 4T (no por la 4T), no por respeto o preocupación por la seguridad de un gremio y sus integrantes, sino para culpar al gobierno actual de las malas condiciones de esa cofradía.
“… (Alejandro Encinas).— Desde que llegamos al gobierno tenemos 790 personas bajo el Mecanismo de protección, 498 defensores de derechos humanos, que representan el 63 por ciento y 292 periodistas que representan el 37 por ciento de las personas sujetas al Mecanismo de protección, concentrándose, particularmente, en 10 entidades, donde está el 62 por ciento de los beneficiarios, destacando la Ciudad de México con cerca del 17 por ciento, Veracruz, con el 9.6, y Guerrero, con cerca del nueve por ciento...”
En el sexenio pasado todas las culpas terminaban en el escritorio del presidente Peña.
ARCHIVO
Guardemos estas palabras para cuando sea necesario recordarlas:
“…En este día terrible, agradezco los mensajes de preocupación y solidaridad recibidos. Las imágenes de hoy en una banqueta de la Condesa son las que urge desterrar de nuestra vida cotidiana. Agradezco también que el Mayor que me acompaña haya salido bien librado de este trance…” (Héctor de Mauleón).