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De la Cámara a la recámara



Hoy los panistas se muestran como son o como siempre han sido: pecadores infinitos, como la mayoría de los hombres y mujeres del mundo, pero ahora con dinero público, fuero y podercito.

Puerto Vallarta guarda tantas historias como visitantes haya habido desde su lanzamiento a la fama internacional con La noche de la iguana y los ojos de alucinación color lavanda o violeta de Elizabeth Taylor.

Para algunos Vallarta podrá ser rincón de memorias dulces y gloriosas y para otros lugar del cual ya no quieren acordarse. Cada quien su vida, cada quien va a Vallarta con quien puede, pero entre los segundos, los de memoria infeliz, están a partir de hoy varios de los señores miembros del Partido Acción Nacional (tan proclives al “ligue” con oportunidades escasas), quienes captados por una lente canalla (escondida en un bolso femenino, puesta tras un librero para cuando la ocasión lo ameritara o vaya usted a saber por cuáles artes de espionaje inicuo) aumentan con su festivo desmadre de resbalosas pelanduscas, el legajo de su desprestigio y los quebrantos éticos, morales o moralinos de aquellos cuyo estandarte por años fue la decencia católica, en el nombre sea de Dios.

Hoy los panistas se muestran como son o como siempre han sido: pecadores infinitos, como la mayoría de los hombres y mujeres del mundo, pero ahora con dinero público, fuero y podercito. La diferencia estriba en la forma como por años hablaron en tono monacal de su misión para “adecentar” la política, purificar la nación y poner el ejemplo de una vida pública sin tacha. En todo caso vivieron cobijados por la hipocresía.

Hay una historia sobre un ágil panista, tan vivo como un dolor de muelas (me reservo su nombre aun cuando lo tengo) quien fue sorprendido en arte de ayuntamiento carnal con una señorita en la oficina del Jefe Nacional de aquellos años. Era domingo y no supuso nadie la visita del presidente del Partido quien —¡Oh! Sorpresa—, llegó inadvertidamente. Como tabla de salvación el terrible y calenturiento fornicario se defendió como buen abogado, y dijo: en los estatutos no se contempla mi expulsión por esa falta.

Pero al PAN le llueven o se le derraman los líquidos. Su vieja imagen de partido legalista; ciudadano, católico, demócrata y cristiano, se ha venido abajo. Quienes no son ebrios consuetudinarios como algunos bien conocidos, son pendencieros abusivos cuyas vidas quedan truncadas en Brasil al encontrar allá las hormas de sus zapatos.

Y hay otros cuya fortuna se debe a la acumulación de permisos para esquilmar ludópatas en los casinos del norte del país y se da el caso hasta de los devotos adoradores de Adolfo Hitler y sus locuras nazi fascistas.

La plenaria de los panistas, cuyo documento grabado fue puesto al aire por el “Reporte Índigo”, nos demuestra cómo quienes descansan de la Cámara se gratifican con la recámara.

El tiempo ha pasado y quizá el nuevo emblema del PAN podría ser una ruleta en campo de gules, con el adorno de unos labios de mujer; una zapatilla de cristal y una copa de champán.

Por lo visto, ya nadie sigue a Gómez Morín, todos se conforman con “Pancho Cachondo”.

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