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El monumento a la prensa



Hoy dos mexicanos se disputan las catedrales de la comunicación: uno en el cine, Alfonso Cuarón y el otro, en los noticiarios, Jorge Ramos, de la cadena Univisión de TV.

Al primero lo han colocado en la cima, su trabajo en la industria cinematográfica y su capacidad para la mercadotecnia y la autopromoción.

Al segundo, la estupidez de Nicolás Maduro, el impresentable dictador de Venezuela, quien (como primer error) le concede al notoriamente incómodo periodista, una plática y después (segundo error) lo retiene, lo expulsa del país y le confisca su material de trabajo con todo y cámaras.

Jorge Ramos necesitará un tratamiento especial para la columna (no la columna semanal, sino la vertebral), porque se le va a doblar el cuello con  el peso de tantas medallas y premios como va a recibir por su heroica defensa de la libertad de expresión y los riesgos profesionales a los cuales lo sometió la dictadura bolivariana.

Indirectamente, Maduro se ha convertido en su benefactor.

Desde ayer, lo ha puesto en un pedestal y le ha garantizado la gloria eterna. Por lo pronto todas las asociaciones profesionales de Estados Unidos en abierta pugna contra Donald Trump —como él mismo—, por asuntos internos, como aquella vieja pugna de cuando el actual presidente lo expulsó de una conferencia de prensa durante la campaña, se van a solidarizar. Lo siguiente será una mayor cercanía con Guaidó.

Le van a caer encima los honores y los “honoris”.

Pero más allá de este benéfico efecto, que vuelve a Ramos intocable, es oportuno revisar cómo los dictadores en retirada tienen como síntoma inequívoco, una grave incompatibilidad con los medios.

Al azar tomemos un caso: el de Tacho Somoza.

Dos crímenes (entre miles), cuya comisión  precipitaron el derrumbe de la dictadura nicaragüense: el asesinato del director de La Prensa, Pedro Joaquín Chamorro, en 1978, y la ejecución del corresponsal de ABC,  Bill Stewart, en junio de 1979.

Lo notable en el caso de Stewart fue la manera como lo mataron: tirado en el suelo, sometido por un integrante de la (ojo) “Guardia Nacional”, quien ante las protestas del periodista y su tímido intento por alzar la vista, le voló la cabeza con un  tiro de alto calibre. Todo fue filmado en escenas horribles.

Obviamente el caso de Jorge Ramos no fue ni siquiera una grave agresión  física. No fue un crimen, nada más fue una pendejada.

Pero fue también una prueba más (ahora en agravio de un mexicano), de cómo se violan día a día los Derechos Humanos en Venezuela y cómo nuestro gobierno no entiende los detalles de esta circunstancia internacional.

La posición de “neutralidad” malentendida, merece recordar este texto escrito en 1979 por Manuel Moreno Sánchez quien  fue un notabilísimo senador de la República, entre otras muchas cosas.

El texto se llama “La Doctrina Estrada espera”. Fue publicado en el desaparecido diario unomasuno el 20 de mayo de 1979. Como no lo puedo reproducir entero, ofrezco esta parte, la más útil ahora:

“…Debemos hacer algo para colocarnos del lado de la justicia y del sentido humano de la población  hermana de Nicaragua. Es cierto que la liberación  de su país sólo a los nicaragüenses compete, pero ningún pueblo ha dejado de contar con la ayuda de extranjeros en sus crisis revolucionarias. Lafayette ayudó a Estados Unidos; Mina nos ayudó a nosotros; el Ché Guevara ayudó a los cubanos, Bolívar liberó a muchos…

“…Algún giro, alguna interpretación nueva ha de darse a la Doctrina Estrada para facilitar el triunfo de la justicia. Al fin y al cabo debemos prepararnos para hacer una política de país fuerte, puesto que ya vamos a serlo… deben cambiar nuestros principios jurídicos como cambian nuestros recursos de poder.

“De otro modo seremos gigantes con voz de niño o con actos de retrasados mentales. Hagamos algo que sea justiciero…”

Y cosas de la vida, una de las personas más cercanas a Marcelo Ebrard cuando ambos trabajaban para Carlos Salinas en el extinto DDF, fue la doctora Alejandra Moreno, hija de don Manuel Moreno Sánchez. Lecciones y reflexiones para el olvido.

Marcelo y su jefe hoy se refugian en la inacción, y la mayor audacia consiste en ofrecer (si se los piden) el territorio nacional para una reunión  de diálogo, como si lo de Uruguay no hubiera sido suficiente ridículo.

Por cierto, el 20 de mayo de 1979, México rompió relaciones diplomáticas con Somoza, quien fue derrocado dos meses después.

—¿Esperamos, don Genaro?

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