Imposible no respaldar a México en su labor defensiva en Estados Unidos.
Pero una cosa es el apoyo solidario y hasta necesario, y otra la ceguera. Y cuando uno compara estos dos mensajes, divulgados, uno por el canciller mexicano, Marcelo Ebrard, y el otro por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, siente cómo al corazón se le caen las alas.
Vea usted:
“…Por abordar vuelo a Washington vía Houston, acabo de tener llamada con Jared Kushner y con Mike Pompeo. Se inicia proceso de negociación. Escuché interés y respeto a la carta del Presidente López Obrador. Avanzamos”.
¿Interés y respeto por la carta del Señor Presidente?
Eso fue el viernes anterior.
Leamos ahora los textos de Donald Trump —menos de 48 horas después—, quien en este proceso de negociación resulta superior a Marcelo. Un poco:
“Mexico is sending a big delegation to talk about the Border. Problem is, they’ve been “talking” for 25 years. We want action, not talk. They could solve the Border Crisis in one day if they so desired. Otherwise, our companies and jobs are coming back to the USA. México ha enviado una numerosa delegación para hablar acerca del problema fronterizo. El problema es que llevan 25 años hablando. Queremos acción; no plática. Si lo quisieran podrían resolver la crisis de la frontera en un solo día. De otra manera nuestras compañías y empleos regresarán a los Estados Unidos…”
Este mensaje fue emitido ayer.
En 48 horas más —si no sucede nada nuevo—, el secretario del Departamento de Estado —y quienes se sumen al grupo solicitado por México para hablar sobre las decisiones el presidente Trump—, podrían ser recibidos con el riesgoso destino de un barco sin calafate, cuyo hundimiento es seguro antes de salir del puerto.
—¿Hablar, dialogar, intercambiar opiniones, convesar?
No tiene sentido, al menos no lo tiene para Donald Trump a quien le han ido a solicitar una silla, un café y un oído atento. Trump no quiere hablar (tampoco escuchar las palabras ajenas), y eso no es una especulación, es una postura ya divulgada desde la ubicua posibilidad de hacerlo mediante las (benditas) redes sociales.
En esas condiciones uno se da cuenta de cómo se pueden expresar las desventajas.
Con la velocidad de las comunicaciones instantáneas, esto descrito por Trump como una crisis fronteriza originada por sus amenazas comerciales, contrarias a todo tratado, vigente o por ratificar y hasta de la (imaginaria) buena vecindad, ha querido ser resuelta por México mediante la persuación, los ejemplos de la historia y hasta la peregrinación al santuario de la Casa Blanca en busca del milagro.
Pues no habrá milagro porque los americanos ni siquiera le solicitaron su presencia a los mexicanos y la numerosa delegación nacional en Washington, no logrará convencer a quien ya ayer les cantó las claras en cuanto a su opinión sobre la costumbre tropical de hablar, hablar y seguir hablando.
Por eso los mensajes de consumo doméstico, como esos dilvulgados incesantemente en las inserciones disfrazadas en estaciones de radio para convencer a los mexicanos de dónde está el error y la injusticia, no valen nada ni en la mesa de negociación allá, ni en la opinión americana a la cual le importa muy poco cualquier perturbación en el patio trasero.
En la diplomacia también hay una especie de ley de oferta y demanda. Cuando alguien corre a buscar a otro, de antemano llega disminuido. Y cuando lo hace desesperado y sin invitación, más.
Tras la toma de Zacatecas, Francisco Villa ofreció una lección diplomática. Iletrado, ignorante de muchas cosas, Villa por instinto, conocía a los hombres. Y no tanto, pues fue asesinado cuando no calculó ni la traición ni el peso de sus palabras, pero eso es otra cosa.
En aquel tiempo, Carranza quiso parlamentar con Villa y con un emisario (quizá Pablo González) lo invitó a una reunión. Le pedía su presencia. Villa respondió afirmativamente, pero exigió la reunión en su cuartel general.
—“Díganle al señor Carranza que la misma distancia hay de aquí para allá que de allá para acá. Que venga él”.
Cierta o falsa la anécdota (quise confirmarla en el libtrote de Taibo II, sobre Villa, pero no hallé la cita), nos explica cómo la primera debilidad siempre es territorial.
Marcelo Ebrard, con las habas en el comal y la calentura del granizo, se fue a Washington con toda la troupé. Trump los mira con desdén y los califica de parlanchines persistentes.
Nada bueno se puede esperar con esas advertencias.