Por favor no me venga en estos momentos con insinuaciones de misoginia.
En todo caso acháquele esa conducta a Verdi, a don Giuseppe, quien en su ópera Rigoletto nos puso a cantar sobre la veleidad de la mujer, la cual cambia de actitud y de pensamiento, como si fuera una pluma en el viento. No una llama en el viento, pues eso le dijo Elton John a Lady Diana. Es otra cosa.
Esto tiene ahora relación con tres señoras. Hay más, muchas más en la política con similares comportamientos (como Layda, por caso), pero ahora sólo quiero hablar de ellas. ¿Por qué? Porque sí.
Obviamente también podría escribir sobre el ilustre Alejandro Vera, quien tras una reunión con Luis Castro, presidente del Partido Nueva Alianza, de la cual salió comprometido a sacar adelante la candidatura por el estado de Morelos en favor del Panal, no tardó ni el canto del gallo en voltearse para ir a ofrecerle sus servicios a Cuauhtémoc Blanco.
El exrector de la Universidad de Morelos, en apoyo del futbolista. Todo un ejemplo.
Pero de Vera se podría hablar mucho y en su momento se hará, sobre todo de su escasa capacidad para las matemáticas, porque nunca ha podido explicar los faltantes en el presupuesto de la universidad bajo su administración. Pero vayamos a las señoras, con música de Verdi, por favor…tatatarara, tatatatara…
“…La donna è mobile qual piuma al vento muta d’accento
E di pensiero. Sempre un amabile leggiadro viso, in pianto o in riso, è menzognero…”
Bueno.
Resulta triste, para peores males de los ya acarreados en las alforjas del Panal, muy complicado entender una cosa: ¿Cómo se le ocurrió ofrecerle una candidatura para la Jefatura de gobierno de la Ciudad de México a Purificación Carpinteyro?
—¿Qué tiene de malo?, diría alguien en el exceso de la ingenuidad.
—Pues, además de su nulidad política, ni de malo ni de bueno hasta ayer, pero la señora simplemente practicó el más viejo recurso florentino y se fue de buenas a primeras a respaldar los afanes de Alejandra Barrales. Eso se llama traición o por lo menos, defección.
Así lo dijo “24 Horas”:
“…Al bajar del avión del que venía de Mérida, de un mitin de campaña de José Antonio Meade, el presidente de Nueva Alianza se enteró de que Purificación Carpinteyro de pronto decidió darle su apoyo a Alejandra Barrales, sin declinar…, pero no sólo eso, sino también sorprendió a Barrales cuando dijo que apoyaba a la frentista, pero que por la Presidencia votaran por Meade, a través de Nueva Alianza.
“Puras sorpresas dio Puri, ya que primero comentó que no declinaría, y técnicamente lo hizo. Y luego dijo que se sometería a la prueba del polígrafo, y más tarde, que siempre no. A ver si no hay otra sorpresita. ¿Será?” tatatatarara…
No se sabe uno cuál de las dos cosas es más grande: si la infamia de los mutantes o la ingenuidad de Luis Castro cuando decide candidatos y luego se entera cómo se le van al cuarto para las doce, después de jurarle lealtad y recibir algunos denarios para las campañas…
Eso no se lo hacían al otro Luis Castro, pero las historias taurinas no tienen cabida en esta columna.
Pero en el Partido de la Revolución Democrática los quebrantos son iguales, no con mujeres de incipiente madurez, como doña Puri, sino con damas de edad un poco más avanzada, como Amalia García y la siempre respetada doña Ifigenia Martínez, cuya influencia en la enseñanza económica nacional le dio entrada a la política a una generación entera de economistas llamados Los Ifigenios — Labra, Puente Leyva, Carrillo, etc.—, quienes a la larga fueron derrotados (¿alguien recuerda aquel congreso de Guadalajara?) por Carlos Salinas y los tecnócratas en una función de rudos contra técnicos.
Pues estas provectas damas (una de ellas exgobernadora de Zacatecas), ambas fundadoras del PRD, cuando el oportunismo estaba cobijado bajo esas siglas, no como ahora, tuvieron hace apenas unos días tiempo para revisar los diarios de hace meses y se enteraron con sorpresa de una novedad tan vieja como Matusalén: el PRD se había aliado con la derecha azul de los panistas.
Y como azul ni la sangre, pusieron un tardío grito en el cielo y se dijeron azoradas, escandalizadas y sorprendidas por tan aviesa fusión, y con boca mohína de disgusto y acíbar en el paladar, por la bilis, tomaron sendos rebozos y se fueron con gentil compás de pies a buscar un albergue en la generosa y cada vez más poblada casa de Morena.
No lo dijeron abiertamente, pero ya se sabe de la generosidad infinita del caudillo, quien generoso extiende sus brazos como si fuera el Jesús del Corcovado, siempre dispuesto a recibir en sus filas a las mujeres y hombres arrepentidos o iluminados por el resplandor luminoso de la verdad y la vida.
Total, una historia más de maromeros y maromeras.