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Padura, las carabelas y Vargas Llosa



Nadie puede leer esto sin sentir un profundo estremecimiento o quedar impávido:    

“…Casi no podía vivir. Cerró con fuerza los párpados y trató de convencerse de que lo mejor era dormir, dormir, sin siquiera soñar. Se durmió antes de lo que pensaba, sintiendo como si se estuviera sumergiendo en una laguna de la que nunca llegaría a tocar el fondo, y soñó que vivía frente al mar, en una casa de madera y tejas y que amaba a una mujer de pelo rojo y senos pequeños.

“En el sueño siempre veía el mar como a contraluz, dorado y agradecido… que de pronto desaparecía para dejarlos sobre la arena amándose más hasta quedar dormidos y soñar entonces que la felicidad era posible. Fue un sueño largo, asordinado y nítido, del que despertó sin sobresaltos, cuando la luz del sol volvía a entrar por su ventana.”

O esto:

“..Y es que la muerte tiene esa capacidad: resulta tan definitiva e irreversible que apenas deja márgenes para otros temores…”

Así escribe Leonardo Padura, cuya obra El hombre que amaba a los perros es ya una catedral imprescindible donde los practicantes del rito literario acuden en busca de confirmación o bautismo.

“…Y huyó como un tránsfuga. Necesitaba correr, alejarse todo lo posible de aquella historia lamentable… ¿De qué te quejas? De la vida: de algo tengo que quejarme, se dijo y cerró la puerta tras de sí.”

Y por líneas como esas y por una tenaz defensa de la creatividad por encima de cualquier limitación, por su hermoso estilo para deslizar gravísimas críticas al gobierno de Cuba sin romper con la tierra a la cual lleva entrañablemente en su cuerpo y su alma mientras la isla lo devora con sus parajes de escasez y gastronomía de la pobreza (…en la casa asaban un pez rojo y brillante que olía como el mar…) le han dado el Premio Princesa de Asturias, lo cual no tiene mayor importancia excepto ofrecernos un pretexto (innecesario en verdad) para leerlo y volverlo a leer una y otra vez o si a él le sirviera, para cambiar el viejo y destartalado auto cuyos fatigados muelles traquetean hace 40 años por el malecón habanero...

“...Los tiempos de la pobreza equitativa y generalizada como logro social habían terminado, la de los que cortaron caña convencidos de que debíamos cortarla (y por supuesto sin cobrar por aquel trabajo infame); la de los que fueron a la guerra en los confines del mundo porque así lo reclamaba el internacionalismo proletario, y allá nos fuimos sin esperar otras recompensas que la gratitud de la Humanidad y la Historia; la generación que sufrió y resistió los embates de la intransigencia sexual, religiosa ideológica, cultural y hasta alcohólica con apenas un gesto de cabeza y muchas veces sin llenarnos de resentimiento o de la desesperación que lleva a la huida, esa desesperación que ahora abría los ojos a los más jóvenes y les llevaba a optar por la huida antes incluso de que les dieran la primera patada en el culo.”

Yo dividiría su obra en dos grandes partes: la relacionada con un antihéroe de los desesperados, un policía llamado Mario Conde, quien quiso ser escritor y terminó como agente empistolado porque no encontró el clima propicio para la creación literaria. Y la parte histórica de novelas como Herejes o el ya dicho título del hombre y los perros.

Mario Conde, se convierte en un policía sufriente, bebedor con exceso metido en las aventuras más increíbles del mundo, permanentemente crudo y desesperado, quien como desesperado bebe y como desesperado se enamora y todos los amores de los desesperados carecen de sentido más allá de su propia insensatez.

El hombre –además—, sufre y llora, porque tiene a su mejor amigo, el camarada con quien iba a vivir la vida parrandera, felices y juntos, a ese lo mandan a Angola y en Angola queda herido y queda impedido en una silla de ruedas hasta el fin de sus días naturales.

Y él va a ver a su amigo todos los días y la madre del “Flaco” les prepara unas comidas de imaginativa maravilla y mezclan hierbas aromáticas y camotes rústicos y papas y trozos de pollo y algún esquivo trozo de chanchito; beben unos rones con gusto de petróleo diáfano y sufren y lloran, pero les da tiempo de ser felices y de enamorarse de mujeres inexplicables a la orilla de una playa, donde Mario empuja la silla de ruedas de su amigo sobre la arena húmeda del Caribe. Es un personaje entrañable.

Es un autor con todos los elementos de la gran literatura y, sobre todo, después del “boom” de los Cortázar, Rulfo, García Márquez o Vargas Llosa, ahora vemos una solitaria carabela, la embarcación del señor Padura seguramente pilotada por Mario Conde, convertido en capitán de la nao ya navegando de regreso a España con un renovado idioma.

Otra vez las letras latinoamericanas van a Europa. Primero nos trajeron las letras y ahora Cuba les devuelve autores del tamaño de Padura (como antes hizo con Carpentier o Lezama Lima) y pronto de Pedro Juan Gutiérrez, quien es otro gran autor cubano cuya obra deberá ser valorada algún día.
Y eso para no mirar nada más los residuos del “boom”, y al actual Mario Vargas Llosa, quien después de su gran ensayo sobre la civilización del espectáculo, se nos muestra de cuerpo entero arrollado por la falsa cultura de la frivolidad y la prensa del corazón, en la portada de la revista “Hola!” —para no dejar duda— con la ex esposa de Julio Iglesias (y otros más), la señora Isabel Preysler.

Patricia Llosa de Vargas, emitió un comunicado para referirse al tema y dijo: “mis hijos y yo estamos sorprendidos y muy apenados por las fotos que han aparecido en una revista del corazón. Hace apenas una semana estuvimos con toda la familia en Nueva York celebrando nuestros 50 años de casados y la entrega del doctorado de la Universidad de Princeton. Les rogamos respetar nuestra privacidad”.

Así pues bodas y aniversarios vemos, corazones no sabemos y a sus casi 80 años de edad el gran peruano, creador de La Conversación en La Catedral, una de las cimas de las letras universales durante el siglo pasado (ni duda queda), se convierte en maltrecho personaje de aquello descrito por su pluma hace un par de años.

“¿Qué quiero decir con civilización del espectáculo? La de un mundo en el que el primer lugar en la tabla de valores vigente lo ocupa el entretenimiento, donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal.

“Este ideal de vida es perfectamente legítimo, sin duda. Sólo un puritano fanático podría reprochar a los miembros de una sociedad que quieran dar solaz, esparcimiento, humor y diversión a unas vidas encuadradas por lo general en rutinas deprimentes y a veces embrutecedoras.

“Pero convertir esa natural propensión a pasarlo bien en un valor supremo tiene consecuencias a veces inesperadas. Entre ellas la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad, y, en el campo específico de la información, la proliferación del periodismo irresponsable, el que se alimenta de la chismografía y el escándalo”.

“Al menos me hubiera equivocado en grande una vez en mi vida”, dice Padura en la novela Vientos de cuaresma.

Rafael Cardona
[email protected]

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