Últimamente el mundo entero parece estar harto de estar hasta la madre, cansado de la rapacidad y la exacción de los políticos; fatigado de sostener con su trabajo (cuando lo halla) y su dinero y su paciencia de siervo civilizado; de tributario interminable y “democráticamente” expoliado los caprichos de una “clase política” distinguida sólo por su falta de clase; colmados todos de la paciencia ante la falta de oportunidades; del crimen y la impunidad, de las instituciones fallidas y los burócratas de chisguete.
Un mundo cuyo sueño es la libertad y cuya conducta es el modelo de Job. Agua y ajo.
Este cansancio es quizá el distintivo de un nuevo mundo en cuyo seno ya no perduran demasiado los golpes espectaculares (así se preparen reelecciones con asaltos a terroristas en Pakistán), ni los imaginarios avances ante una evidencia: los sistemas económicos del planeta sólo ahondan la brecha entre los pobres por miles de millones y los ricos por decenas de miles. Ya no queda ni siquiera la utopía.
Es el mundo de la desconfianza y el desencanto.
Un planeta cuya parusía promueven los charlatanes de los medios y en el cual los propósitos de rescate de la vieja y cansada Europa se desgarran con los lúbricos zarpazos en la blusa de una mucama; un incontinente rabo verde cuya mayor intención era sustituir al racista del Eliseo quien anuncia su nueva paternidad con el aprovechamiento de un slogan electoral.
Cansancio del mundo árabe cuyas revoluciones sin rumbo no por eso dejan de ser convulsivas. Viento de jazmines; arena de las pirámides. Mubarack en pleno supiritaco; Gadafi amagado por las potencias a quienes ya no les sirve. Trapo viejo. Yemen, Túnez, Jordania; los emiratos, todo se conmociona, los jeques se ahogan en sus tinas de oro.
El desmadre incomprensible de tantas tribus cuyo tránsito del camello al Airbus sólo ha dejado confusiones y pobreza.
¿Cómo se dirá estamos hartos en árabe? ¡Ya shbana machequel! O algo así.
Pero en España se les dice “vais tomar por o cu” o mejor ¡ya váyanse todos!, como nos enseñó aquel célebre grito de la Plaza de Mayo, cuando los argentinos cambiaban de presidente cada quince minutos y el país se despeñaba (perdón por la poca originalidad milonguera) cuesta abajo en la rodada...
Y en México el hartazgo ya lleva muchos años. Frente a eso el sistema tiene muchas formas de reaccionar.
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Previsor, con la obvia intención del ajedrecista cuyo avance del inocente peón prepara la salida del terrible alfil o la cruel señora, el gobierno nacional se ha anticipado a “desinflar” el espacio de la marcha de quienes representan el hastío y dicen estar “hasta el culo”, casi como los españoles cuya plétora inunda la Puerta del Sol y sus espacios cercanos, con individuos hartos, cansados de la política y de los políticos; del desempleo, la falta de oportunidades y otras lindezas, como más adelante veremos.
“El anuncio de realizar una Caravana por La Paz que llegue a ciudad Juárez (epicentro del dolor y la impunidad) —dice Emilio Álvarez Icaza, uno de sus promotores— ha generado gran expectativa en muy diversos sectores y lugares. Se está construyendo una red social que sin duda ayudará a la reconstrucción del tejido social tan dañado en nuestro país. Personas, organizaciones y movimientos de distintos lugares han manifestado ya su interés en que la caravana pase por su comunidad. De manera inicial y preliminar se ha diseñado una ruta que bien podría entenderse como la ruta del dolor o el mapa del terror (aunque parcial) de nuestro querido México.”
Solamente en este contexto se explican las palabras del Presidente.
A los mexicanos de maternidad colmada, a ellos, don Felipe Calderón les ha dicho cómo anhela igualmente un país en paz, seguro y tranquilo y para probar sus afanes y certificar sus logros acude presuroso a Ciudad Juárez, donde nos obsequia el análisis de las estadísticas: el avance se prueba en la merma del guarismo: ya no son tantos los muertos, con lo cual la vida humana se reduce a un índice.
“…en el mes de octubre pasado, aquí, en Ciudad Juárez, tan sólo homicidios vinculados al crimen organizado hubo casi 300, incluso, si contabilizamos todos los homicidios en el mes de octubre hubo 417. Ya en el mes de abril pasado los homicidios bajaron de 417 a 166, y los vinculados al crimen organizado de 300 a 121.
“Todavía falta mucho por hacer, y aunque haya una sola vida que se pierde así por una violencia irracional nos duele profundamente, y no cesaremos de trabajar.
“Pero también es cierto, amigas y amigos, que estos datos, lo que nos dicen, es que entre octubre y abril los homicidios en Ciudad Juárez se redujeron en 60 por ciento. Qué bueno que así sea.
“Hemos avanzado, es cierto, pero también es innegable que falta mucho, mucho por hacer. Que persisten rezagos y desafíos por superar. Que todavía hay muchos jóvenes que no tienen escuela y no tienen espacio. Que todavía hay muchas colonias hundidas en la marginación y en la pobreza y, precisamente, víctimas susceptibles de quienes no tienen escrúpulos.
“Pero para lograr el cambio que Juárez necesita tenemos que redoblar esfuerzos, para modificar de raíz las condiciones sociales que son, precisamente, el caldo de cultivo donde creció el crimen y la violencia”.
No se ha resuelto el problema al cien por ciento (dice él) ni se podría exigir tal cosa, seamos sensatos (digo yo). Mientras, nuestro primer mandatario nos dice parcialmente satisfecho que la tendencia va en franco descenso. Quizá por la falta de gente a quien matar, pues el éxodo juarense es imparable; quizá por la migración criminal a otros estados, posiblemente por la marcha de sicarios a Tamaulipas, Durango o Nuevo León. Quizá estén espantados o se hayan ido de vacaciones a Las Vegas.
No lo sabemos. Tampoco cuándo se podrá hablar de una solución total, seguramente cuando no haya ni un solo asesinato en las calles, ni una extorsión, ni un almacén en llamas, ni necesite un presidente municipal como Héctor Murguía, conocido como “El Teto” jalonearse con los federales por el amago a sus escoltas tras el asesinato de otro de ellos.
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Mas como sucede con frecuencia la naturaleza imita al arte. Hace muchos años (diciembre de 1961 en la galería de Antonio Souza) el gran artista plástico, escultor y arquitecto Mathias Goeritz, modernizador de la cultura mexicana, presentó el manifiesto de “Los hartos”.
Ese hartazgo, alusivo entonces al mundo artístico cultural, bien podría hallar eco en los actuales pronunciamientos de las naciones árabes en convulsión y revolución o en el movimiento de los “Hasta la madre” o en los españoles de este silencioso a ratos movimiento M-15 a quienes se ha querido disolver mediante la burocrática y estúpida posibilidad de aplicar un reglamento electoral, como si la materia electoral misma no fuera uno de los componentes del hastío.
“Estamos hartos, dijo Mathías, sobre todo, de la atmósfera artificial e histérica del llamado mundo artístico (sustitúyase por mundo político y ajusta a la perfección); sus placeres adulterados, sus salones cursis, y su vacío escalofriante… tratamos de empezar otra vez, y desde abajo, en un sentido sociológico espiritual.
“Habrá que ratificar a fondo todos los valores establecidos, creer sin preguntar en qué, hacer, o por lo menos intentar, que la obra del hombre se convierta en una oración”.
Por eso son importantes estas presencias en una plaza o estas caminatas de medio país a través de los climas del sub trópico a los arenales del desierto norteño. De Tizayuca a Samalayuca.
Por eso vale la pena repetir la opinión de un hombre “de la calle” a quien la prensa española interrogó en la Puerta del Sol:
—“Antonio, de 61 años, observaba encantado a la masa indignada:
“Este es el espectáculo más hermoso que he visto desde que tenía veintitantos, el espectáculo de la libertad y la democracia”.
—¿En qué le gustaría que terminara este movimiento?
—“No lo sé. No sé si me gustaría que terminara”.
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En el mismo sentido quiero reproducir un fragmento de enviado a esta columna por un agudo lector (José Manuel Rojo), asentado en José Ingenieros (1877-1925):
“Platón sin quererlo, al decir de la democracia ‘es el peor de los buenos gobiernos, pero es el mejor entre los malos’, definió la mediocracia. Han transcurrido siglos; la sentencia conserva su verdad. En la primera década del siglo XX se ha acentuado la decadencia moral de las clases gobernantes. En cada comarca, una facción de vividores detenta los engranajes del mecanismo oficial, excluyendo de su seno a cuantos desdeñan tener complicidad en sus empresas.
“Aquí son castas advenedizas, allí sindicatos industriales, acullá facciones de parlaembalde. Son gavillas y se titulan partidos. Intentan disfrazar con ideas su monopolio del Estado. Son bandoleros que buscan la encrucijada más impune para expoliar a la sociedad”.
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—¿Quién ganó el debate entre Luis Felipe Bravo Mena, Eruviel Ávila y Alejandro Encinas?
—Lo ganó Denise…
Rafael Cardona
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