Obviamente la avalancha informativa de estos días, superior (si no fuera suficiente) a la proveniente, cada día, desde los inagotables veneros matutinos o mañaneros de palabras sin reposo (diría Chumacero), guarda relación con el personaje central de la vida mexicana, el Señor Presidente, quien acaba de festejar la victoria electoral de su partido, en una fiesta verbal plena, en el pleno Zócalo, donde hace casi una docena de años arengaba al pueblo a protestar por un fraude electoral.
Pero más allá de las ideas de ese discurso, cuya urgencia detuvo a la lluvia vespertina, una frase ha llamado mi atención. Por la mañana el diario La jornada, afín al Señor Presidente, publicó una entrevista cuyo remate es éste:
“..Tengo prisa, porque este año quiero dejar sentadas las bases de la transformación: cero corrupción, cero impunidad, rescate de campo, bienestar, seguridad.
“De modo que si pasara algo, que yo me tuviese que ir el año próximo, a los conservadores les costaría muchísimo trabajo, les sería misión imposible dar marcha atrás a lo que vamos a dejar establecido desde este año.
—¿Por qué dice si me tuviera que ir...?
—Es que no sabemos qué nos depara el destino y esto es una transformación. Y por eso mi prisa en avanzar”.
Obviamente el enigmático año próximo comienza en seis meses. Un mes después de su aniversario en el gobierno, el cual será conmemorado, celebrado, festejado de manera ruidosa, con tambores y sahumerios, como fue el día de la entronización, más allá de las obligaciones constitucionales de un imaginario y cada vez más desairado informe en la apertura de las sesiones del Congreso.
Y aquí una apostilla.
Presente en el templete de la exclusividad, adonde sólo estuvieron dos mujeres (la esposa del Señor Presidente y la Regenta del Señor Presidente en el Gobierno de la Ciudad), estaba Porfirio Muñoz Ledo con la intención de probar cómo el Señor Presidente le guarda consideración a quien ha censurado la docilidad de México frente al gobierno de Trump y ha convertido la incipiente Guardia Nacional en el Muro Sur del feroz republicano.
Si, el mismo Porfirio cuya idea de cambiar el “formato del informe”, produjo el abatimiento del “Día del Presidente”, ahora presenta en las recientes consagraciones del nuevo presidencialismo, como la fiesta del lunes, por ejemplo o en Tijuana, donde sin embargo censuró por primera vez la política migratoria.
Porfirio pasó de criticar “El pasillo imperial” en el Congreso, a aplaudir “El zócalo imperial” en la plaza pública. Así son las cosas.
Pero volvamos al otro tema:
La temida ausencia del SP; no sería producto de un preparadísimo referéndum sobre la vigencia de su mandato o su revocación, como él mismo ha propuesto. Quizá eso ocurriría a mitad del sexenio si ocurre.
Antes del supuesto de una ausencia, “si me tuviera que ir”, había dicho el Señor Presidente en esa misma parrafada del final de su conversación con los jornaleros:
Pero si bien la política es el ejercicio del poder (o al menos para eso se hace política), ningún poder puede contra el destino. Lo único malo del hado, el azar o la casualidad, es su incógnita condición, hasta cuando ocurre. Ahí sí nos damos cuenta cómo era el camino trazado por el laberinto infinito de las causas y de las cosas. Muy tarde.
Muchos son quienes murmuran por rincones y pasillos por el estado de salud del Presidente y su forzamiento en el diario trajín, por mucho y como descanse durante las horas de la siesta.
Por ahí corren voces de cardiólogos indiscretos y diabetólogos preocupados. También hablan quienes dicen cómo el bateo de los 300 de porcentaje le ha fastidiado la columna.
Quizá por eso no quiere a los columnistas.
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