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La era Mancera



Obviamente su composición obedece a un equilibrio y un juego de fuerza hacia adentro. Sus características obligan a un análisis más detallado, pero algo queda claro: no durará así mucho tiempo. Los ajustes serán graduales y de distinta intensidad, pero muchas cuotas no durarán.

Fuera de los fastos de la oratoria, sin cortar de la epopeya el gajo ni alzar la voz a la mitad del foro, Miguel Ángel Mancera inició su gobierno como una obra de teatro en tres actos.

El primero de corte jurídico estatutario con una toma de protesta sobria y sin estridencias (cuando mucho el aplauso prolongado al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas), pero con un claro propósito de fomentar la unidad tanto interna como externa en “la ciudad de las libertades”.

En este asunto valga una digresión. La entrada a la Asamblea Legislativa se hace por aquello conocido en otros tiempos como el pasillo imperial convertido en este caso en una aduana impuesta por el profesor René Bejarano, quien en su calidad de “líder inmoral”, se ubica  a dos lugares del “líder moral”, en un asiento junto al corredor por el cual debe pasar, inevitablemente el nuevo jefe de gobierno quien queda obligado a saludarlo. Lo dicho, una aduana política. Poco tiempo después se dio a conocer la incorporación del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas al equipo de trabajo en el área de asuntos internacionales.

—¿Quién decidió sentarlo ahí? ¿Quién empujó  a Mancera a un saludo casi obligatorio?

—Es obvio, el propio Bejarano.

El segundo acto en la mañana de ayer fue la presentación del gabinete. Obviamente su composición obedece a un equilibrio y un juego de fuerza hacia adentro. Sus características obligan a un análisis más detallado, pero algo queda claro: no durará así mucho tiempo. Los ajustes serán graduales y de distinta intensidad, pero muchas cuotas no durarán.

Por cierto, ¿recuerdan a Carlos Navarrete en plena campaña de Alejandra Barrales? Pues ahora es secretario del Trabajo, ahí donde AM había puesto a Benito Mirón.

La Secretaría de Cultura (valga otra digresión) había sido siempre considerada coto de los intelectuales orgánicos del pejismo. Si en los tiempos iniciales del Instituto no le fue posible al ingeniero Cárdenas nombrar ahí a Taibo II fue por la lengua larga del escritor, quien se refirió en fallidas declaraciones de manera ofensiva e indirecta a la comunidad “gay”, cuando dijo que los perredistas no son putos. O algo similar.

En esa cartera ha sido designada Lucía García Noriega, quien al margen de lo anotado en las currículas repartidas al fin del anuncio en el edificio del ayuntamiento, trabajó en París para la Casa de México y –para dicha de muchos de nosotros quienes ahí la conocimos—fue secretaria del inolvidable director fundador de Unomásuno, Manuel Becerra Acosta.

Lucía (consta entre sus méritos) tuvo un importante papel en una de las más importantes exposiciones pictóricas en la historia plástica nacional: Edward Munch, pintor noruego, en el Museo de Arte Contemporáneo, dirigido por Encarnación Presa.

Para muchos es una sorpresa la inclusión de un ex secretario del gabinete de Felipe Calderón, Salomón Chertorivski, quien lejos del área de la salud podrá aplicarse a cosas más afines a su talento: la promoción desde la Secretaría de Desarrollo Económico.

Otro recuperado  desde otro gabinete, este tan inexistente como quien lo iba a encabezar (inexistente en la administración pública, no en la política), es Miguel Torruco Márquez, quien es tan famoso por sus padres como por su consuegro.

Posteriormente, Mancera cerró la mañana con una ceremonia de carácter social. Un mensaje desde el Auditorio Nacional, de cuyo contenido me ocuparé en entregas posteriores. Por ahora se cierra el ciclo. Los nombramientos van a generar espuma en algunas mandíbulas  y aplausos desde algunos rincones.

Mancera ha indicado su largo viaje. Sólo de él depende cuál será el destino final.

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