El anuncio de Miguel, Ángel Mancera, jefe de Gobierno del Distrito Federal, de exigir la renuncia masiva de sus colaboradores, reviste dos circunstancias notables sobre cuya naturaleza se debe mirar detenidamente. La primera es su utilidad, la segunda su novedad.
Es cierto, no se había visto en este país de decisiones verticales (como debe ser en la jerarquía política) una especie de vuelta al comienzo, de baraja nueva, de ropa limpia tal se dice en el póker, como ésa. Evaluar –verbo tan de moda— y decidir, les dice Mancera a sus cercanos y a los no tanto, a quienes él llamó libremente y a quienes le impusieron las tribus a cambio del respaldo tumultuoso con el cual lo hicieron ganar la más amplia votación de la breve historia electoral de la ciudad de México.
Al comienzo de su administración, Mancera tenía dos posibilidades: multiplicar seis por uno o multiplicar dos por tres.
La primera operación habría sido hacer durante seis años lo mismo con los mismos. La segunda era distinta (y así se lo dijo un asesor ya retirado) y consistía en usar los primeros dos años para hundirse en la realidad del gobierno y dominar la escena. Aprovechar las elecciones más tarde (nadie podía imaginar aun el boquete de Morena) y consolidar un estilo propio para el siguiente bienio y así llegar al tercio final para preparar su futuro.
Hoy esa previsión de posibilidad futura se ha adelantado con un “destape” prematuro, pero la circunstancia política es la misma: tirar el lastre, hacer a un lado a los “emisarios del pasado” y enfocarse en la solución del más grave problema de la ciudad el día de hoy: el pésimo funcionamiento del Sistema de Transporte Colectivo.
El Metro puede sepultar a Mancera peor de como hundió a Marcelo Ebrard.
Hoy a los ciudadanos ya no les importa quién fue el responsable de hacer mal las cosas, les preocupa el pésimo servicio del sistema completo, incluida la Línea Dorada de ingrata memoria. Ésta es consecuencia de malos manejos técnicos y administrativos; lo demás, la ruina anaranjada es responsabilidad de quien hoy la opera.
En las actuales condiciones bien valdría la pena reclasificar las cosas: ¿debe el gobierno persistir en el patrocinio clientelar a través de los “programas sociales” y dádivas a diestra siniestra, o bien valdría la pena dedicar una tajada importante de esa “compra adelantada de votos” al subsidio aumentado al Transporte Colectivo?
La munificencia de la izquierda perredista, clientelar y tramposa se lleva la tercera parte del presupuesto urbano. Con la mitad de eso, haría funcionar al Metro en condiciones más decorosas.
NO CIRCULA
Finalmente se impuso la lógica: la verificación vehicular no debe ser por el modelo de los automóviles, sino por el funcionamiento de sus motores.
En ese mismo sentido se deben reconsiderar las dobles verificaciones anuales de autos registrados a nombre de empresas y aun de los vehículos blindados a los cuales se somete a otras revisiones, como si el peso del auto aumentara la emisión de bióxido de carbono.
Cuando el programa Hoy No Circula comenzó, no había en el mercado motores eléctricos o híbridos. Hoy los hay, pero el descontrol interno impide al GDF cambiar su propio parque vehicular (camiones de basura, autobuses y demás) en beneficio del transporte eléctrico no contaminante.
Los taxis, por ejemplo, podrían trabajar exentos de cualquier requisito más allá de su registro y control de operación (como los de UBER) si fueran eléctricos. Esa simple medida estimularía la venta, abriría el mercado, mejoraría el servicio y limpiaría un poco la ciudad. ¿Será tan difícil hacerlo?
CONSTITUYENTES
La vigilancia en Constituyentes para evitar asaltos debería ser complementada con una redada en los sitios ya conocidos para levantar a todos los bandidos de la ruta. La policía sabe dónde están y quiénes son. Los tiene fotografiados y hasta filmados.